Mano Negra. - Capítulo 5

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Un mes más tarde, Will intentaba acoplarse a esta gran ciudad, pero no encontraba su sitio. Había seguido robando y ahora su técnica estaba mucho más perfeccionada. Ataviado con un traje, se dedicaba a entrar de casa en casa haciendo una falsa encuesta y pidiendo dinero para aquello a lo que, supuestamente, se dedicaba. A veces le abrían la puerta y a veces no. Era algo muy irregular y había veces que no llegaba a comer en 2 días seguidos.

Una noche de tantas, pasaba por un bloque y pudo ver que uno de los buzones estaba a reventar de cartas y casi no se podía cerrar.
- Esta es mi oportunidad para poder entrar y ser un okupa. 

A la hora de abrir la puerta, pudo comprobar que no estaba echada con llave y ya era una hora bastante avanzada de la madrugada. La casa casi no estaba amueblada, por lo que, tal vez, estaban llevándose los muebles o... trayéndolos.

No se escuchaba ningún ruido, ni ronquido de nadie. La casa estaba sola, así que entró confiado en una de las habitaciones y se tropezó con una mesita infantil.
- ¡Ay!

Justo en ese instante un bebé comenzó a llorar y al mirar hacia la derecha, el bebé no estaba solo...

Will se maldijo por no haber entrado en la habitación con más cuidado, pero ahora era demasiado tarde; el bebé no paraba de llorar y en la habitación no estaba solo...
Una adolescente rubia se levantó y lo miró directamente a los ojos. Ella, por su parte, con una cara de espanto empezó a gritar como una loca, haciendo que el bebé llorara más desconsoladamente todavía.
Will no se lo pensó dos veces y salió huyendo de aquella casa con destino desconocido.
Corriendo lo máximo que sus piernas le dejaban, se le ocurrió que un sitio donde iba a estar seguro era el cementerio. Nadie iría allí a buscarlo ya que, los cementerios cada vez se hacían más alejados de las ciudades para no acordarnos de los seres queridos que allí permanecían.
Se quitó la ropa rápidamente y se rasgó los pantalones, para parecer más pordiosero todavía. Así que, tras tranquilizarse un poco, decidió que esa etapa ya había acabado. Que si quería volver a empezar sería por sus propios méritos.
Un par de semanas más tardes, cuando apenas comenzaban a relucir por el horizonte, los primeros rayos de sol, Will corriendo se levantó y fue decidido hacia un lugar.
Se paró en frente de una preciosa casa. Tenía dos pisos y estaba bastante cuidada. Con paso decidido, pasó la verja.
Al entrar por la puerta, había como una sala de espera. Se sentó en uno de los sillones que ahí se encontraban hasta que escuchó una voz que provenía del interior de una puerta.
- ¡Que pase el primero!
Will se levantó apresuradamente y entró en la sala donde se encontraba un hombre de unos 60 años o así, con el pelo casi blanco y cara de pocos amigos.
- Buenos días doctor-saludó Will-.
- Buenos días, ¿quien es usted?
- Verá yo vengo para...
- ¿Tiene usted cita?
- Pues no... pero...
- Entonces no sé cómo ha podido entrar aquí. Sólo pueden pasar los clientes que tengan cita concertada y que... me puedan pagar. Y yo por lo que veo usted no parece muy rico que digamos.
- Ya lo sé, pero no se deje llevar por las apariencias.
- Ah, ¿entonces usted tiene dinero?
- Por favor, ¿quiere usted callarse y escucharme de una vez por favor? Solo le voy a robar un minuto de su tiempo. A fin de cuentas, estaba solo en la sala de espera.
- Qué raro que la señora Smith no haya podido venir a mi cita, tal vez sea por...
- Oiga, sigo aquí. ¿Va a escucharme o no?-preguntó Will desesperado-.
- Con una condición.
- ¿Cual?
- Que cuando termine se vaya. Me está dejando un tufo increíble...
- Es lo que tiene vivir en la calle cuando tu casero te echa, tu jefe del trabajo también y lo único que tienes para vivir es la basura de la gente y... las pertenencias ajenas.
- ¿Ajenas? Explíqueme eso.
- Resulta que, cuando me echaron de casa y del trabajo, pues entré en una casa para ducharme y cambiarme y no me descubrieron, así fui entrando en otras sin dejar rastro y ya ha llegado un punto en el que no quiero seguir haciendo esto, necesito parar. Sé que vendrá el día en el que venga la policía a buscarme y no quiero que ese día llegue.
- Entonces es usted un ladrón.
- Yo no lo llamo con esas palabras. ¿Qué más le da a la gente que me de una ducha, me afeite y me ponga ropa limpia cuando tiene dos armarios llenos? Yo lo llamo cooperación.
- Pero sin el consentimiento de los dueños, ahí viene lo malo. ¿Y por qué quiere ahora dejar de hacer esto? ¿Qué ha ocurrido?
- Casi me descubren, me he jugado el pellejo y no quiero estar más en peligro. Soy un buen chico que no ha tenido una vida fácil.
- Ya... Ahora entiendo por qué le está pasando esto.
Se hizo un silencio y Will, ansioso por saber qué era lo que había descubierto el doctor, con cara de cabreo dijo:
- ¿Y bien?
- Mire, estoy haciendo esto gratuitamente, no se cómo se llama usted ni a qué ha venido, así que no me venga ahora con exigencias.
- Ya lo sé, y le pido disculpas. Yo solo quiero que alguien en esta maldita ciudad me tienda una mano y me ayude...
Justo en ese momento, el doctor se levantó y con un tono más amable le dijo:
- Túmbese, por favor.
- ¿Cómo?
- ¿Quiere que lo ayude o no?
- S-sí.
- Pues túmbese ahí donde le indico.
Will hizo lo que el doctor le mandó y se tumbó ahí.
- Bien, empecemos por el principio. ¿Cómo se llama?
- Mi nombre es William Hudson, doctor.
- Bien, yo soy el psicólogo Mcwire, también doctorado en Psiquiatría. Hechas las presentaciones, cuénteme esa parte de la infancia que más recuerda.
- Lo que más recuerdo fue, con 5 años, cuando mi padre me enseñó a montar en bicicleta sin las ruedas y de rápido que pedaleé, se tropezó y se hizo un cardenal en la barbilla al caer hacia delante.
- ¿Tiene algún otro recuerdo que le llame la atención?
- ¿Bueno o malo?
- De los dos tipos.









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