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El rey de Satanandia construyó una pirámide de acero que tocaba las nubes. No era una cámara mortuoria, como aquellas antiguas de piedra que construyeron los primitivos hombres en el Egipto del quinto planeta, sino al contrario, se trataba de un edificio lleno de vida y actividad. Había en su base un amplio Auditorium, lugar donde sesionaba el Consejo Técnico Mixto, un segundo y un tercer Auditorium en el segundo y tercer nivel, donde sesionaban, siempre en orden de urgencia, los 48 Comités Reales, un Hemiciclo, en el sexto nivel, donde sesionaba el Consejo de los Sabios, y un Aula Magna en el séptimo nivel, lugar donde sesionabala Familia Realjunto a sus Consejeros Ministeriales. En el octavo nivel, el último, se encontraba el Salón del Rey. Era el lugar más majestuoso de todo el edificio. Al mirar hacia arriba el Rey veía la punta de la pirámide, a cuatro metros sobre su cabeza, y el corazón se le encogía cuando pensaba que más arriba seguía el Universo Infinito.
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Satanandia dividía en dos su historia política, social y espiritual: antes de la pirámide y después de la pirámide. Para todas las personas, incluidos los grandes genios y los intelectuales, aquella increíble mole de acero era una divinidad en toda regla, y la adoraban con civilizado fervor. El rey había logrado sintetizar toda la estructura y organización del reino en esa gigantesca pirámide de acero. Gracias a la simpleza arquitectónica de aquel edificio, un edificio que además era público, el rey había puesto a cada uno de los Poderes en su lugar: el Rey arriba, como debe ser, en la punta, cerca del cielo, luegola Familia Real, más abajo, seguida por el Consejo de los Sabios, y así hasta llegar a la base, lugar de acceso público donde trabajaban personas de distinto nivel humano y cultural. Incluso dentro del Consejo Técnico Mixto se mantenía aquella sana heterogeneidad de conocimiento y de apellidos.
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Pocos de entre los allegados del rey sabían que la pirámide contaba, además, con tres subterráneos. Uno de los que sabía esto era el ingeniero, claro está, él había diseñado y construido el edificio completo. Y bastante que le costó. Para levantarlo tuvo que adquirir rápidamente todo el conocimiento que le faltaba, y aún así no pudo terminar el proyecto completo en menos de cuatro años. La mayor dificultad, sin duda alguna, fue lograr que el edificio captara en grandes cantidades el magnetismo de la atmósfera, con el fin de formar un aura a su alrededor. El ingeniero tardó más de un año completo en diseñar el mecanismo que le permitiera cumplir con aquel objetivo. Pero los tres subterráneos del rey ya estaban construidos cuando el ingeniero empezó a buscar la manera de levantar la gran pirámide. Nadie supo de la existencia de esos subterráneos. El rey los empezó a utilizar mucho tiempo antes de que la pirámide estuviera terminada. En ellos realizaba una actividad secreta que no nos es dable dar a conocer.
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Al poco tiempo de construida, la gran pirámide se convirtió también en una atracción turística. Desde los planetas y soles más lejanos llegaban los visitantes a ver la maravilla. Se hacían tours guiados, (que únicamente llegaban hasta el cuarto nivel, por un ascensor panorámico) y todos los que entraban en ella, sin excepción, sentían que en su espíritu se incrementaban todas las fuerzas de una forma mágica, debido al cálido magnetismo que había en su interior. Nadie sabía, eso sí, que gran parte de ese magnetismo provenía de los subterráneos.
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Gracias a la pirámide, el rey era el verdadero dios que todo el pueblo amaba y obedecía. Gracias a la pirámide, el rey era para los extranjeros un hombre poderoso, íntegro y correcto. Nacieron leyendas del rey y leyendas de la pirámide. Dice una, por ejemplo, que hacia arriba la construcción estaba orientada hacia una estrella denominada sol vegetal, cuyas radiaciones pegaban de lleno en la punta de la pirámide, y que mantenían al rey joven, en perfecto estado de salud y con sus facultades mentales cada vez más despiertas. Según este conocimiento, para los sabios, el verdadero gobernante del reino habría sido ese sol mineral, distante en varios cientos de años luz de nuestro querido reino.
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Tanta importancia le daban a esta estrella los sabios, que bajo su influencia escribían las ordenanzas y las firmaban con su sangre. Las ordenanzas eran mandatos que tenían como objetivo principal mantener al rey ejerciendo su labor con inteligencia y sabiduría. Una de aquellas ordenanzas decía que el rey debía permanecer al menos cuatro horas diarias en la punta de la pirámide, en el Salón del Rey, de preferencia trabajando, pero esto último no era obligatorio. Lo esencial era que estuviera cuatro horas diarias recibiendo sobre su cabeza las benéficas radiaciones del sol vegetal, Su Padre. Pero a veces el rey pasaba demasiado tiempo en alguno de sus tres subterráneos, y olvidaba aquella ordenanza, acumulándose las horas requeridas hasta que una vez tuvo que pasar ocho días y siete noches en el Salón del rey. En esa ocasión, el Consejo de los Sabios le prohibió al rey trabajar, y le recomendó descansar y distraerse de alguna forma. El rey acató tranquilamente, y organizó en esa semana, para no aburrirse, las reuniones humorísticas. Los sabios opinaron que aquella fue una decisión acertada, porque reír limpiaba el aura y mejoraba la salud física y mental de los seres humanos.
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Una noche de invierno, mientras caía una tormenta de agua nieve y soplaban dos vientos simultáneos con una fuerza desgarradora, el rey se encontraba en el segundo subterráneo. Estaba completamente solo en la pirámide de acero. Creyó ver una sombra que se desplazaba y de inmediato se percató de que un intruso había entrado en sus laboratorios. El rey activó la alarma silenciosa, y en pocos segundos la pirámide estuvo rodeada de efectivos de la policía y el ejército. Se encendieron todas las luces de emergencia, se registró la pirámide por completo, (salvo los subterráneos) y nadie fue encontrado. El rey comprendió que el intruso aún se hallaba en los subterráneos. Lástima que habría que matarlo. Se plantó entonces frente al general de su ejército y le dijo que en vista que nadie podía bajar a las Cámaras Secretas, él personalmente iría en busca del delincuente. Sin esperar respuesta bajó al primer subterráneo y buscó por todos los rincones donde pudiera esconderse una persona. Bajó al segundo subterráneo y rodeó despacio los estanques llenos de excremento humano, perfectamente sellados y capaces de soportar temperaturas elevadas. Miró en el interior de los congeladores. Nada. Bajó al tercer subterráneo y caminó hacia el depósito de desperdicios, salpicando agua con sangre que se había empozado en el suelo de baldosas blancas, pero no encontró a nadie. Buscó debajo del horno alquímico y volvió a subir para comunicarle al general del ejército que el delincuente había cavado un túnel que llegaba hasta la esquina norte, en el tercer subterráneo. No fue difícil encontrar al individuo que había cavado el túnel. (Continuará )
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