Campos de olas doradas que el viento azota, te abriste camino suavemente. Sentada en un claro con un trajecito rojo atirantado, y tu pelo color de miel, juegas a pintar, a enaltecer tu destreza. Lienzos que flotan en el aire impregnados en acuarelas de fantasía, convertidas para mí en una quimera. Tranquila como un ángel, virtuosa en su tarareo, transmites paz. Y no muestras tu rostro pero presumo que eres bonita, de suave piel, esponjosa y color canela. No te imagino distinta, te recreo transparente y clara.
A pesar de que el cielo amenaza tormenta, continuas ignorando en tu pasatiempo, lo que acontece a tu alrededor. Testigo, al fondo, la finca grande de color blanco y de teja roja, y los perros que corretean en la distancia, similar a un viejo óleo de familia.
En ocasiones presiento que alzarás la mirada confirmando mis sospechas, pero no te detienes en tu empeño. Obsesionado tranquilo. Pareces feliz, y el encanto conjugado con mi espíritu infantil, subyace de mi recuerdo de los años que pasé en este entorno.
Fugaces paseos inmejorables transmiten cosquilleos en el alma, para que crezca mi sonrisa estéril en los momentos perdidos en blanco. Lugar embalsamado en mis resquicios temporales. No tan distante, corría el arroyo donde en una ocasión coincidimos todos, qué extraño por único.
Aún te percibo desde la distancia, todavía continuas a tu libre albedrio. El relente de la brisa atraviesa mi interior y mi inspiración profunda me hace evocar vida. Me invito y me adentro entre las espigas, que me aguijonean en los pies mientras descubro mis intenciones, que desobedecen a mis reticencias más calculadas. Si las descubres será como desvelar un deseo. Acercarme podría suponer el fin, y significaría haber creado tan solo un espejismo pobremente certero.
Por primera vez se levanta y echa a correr, no se percata de mi presencia, tan solo con un pincel en la mano. Su altura supera por poco las flechas de oro que deja atrás, y atisbo escasamente su recorrido, se dirige hacia la finca y le sigo próximo. Se frena en uno de sus muros, impregna la escobilla en la tierra, y representa una puerta de su tamaño, la adorna de giraldas, flores y colores esperanza. Y yo mientras, paralizado, como si conociera saber qué hacer. Concluye, da media vuelta y saluda de soslayo con la mano, sin descubrirse.
Unos tímidos rayos de sol, se zafan de las pobladas nubes, impidiendo a mi visión comprobar a duras penas como languidece y se separa de mí, aunque nunca hubimos estado juntos.
El tiempo no da tregua y comienza a diluviar, el paisaje se emborrona inevitablemente, la pintura esconde su presencia, se escurre frente a mis ojos y el indicio de que un día presencié su existencia, se desvanecieron en tan solo unos instantes.
Ya es tarde, se hizo la oscuridad.
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