Aquellas estúpidas sábanas blancas.

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Yo era ella, ella era yo. Tenía los pies desnudos, y sábanas homicidas, las odiaba, si las odiaba, las odiaba más que a un café frío, más que a una bañera de hotel, más que a la menta, uy la menta, acabaría con la menta, como acabaría entre sus piernas, después de un día sin remedio, de esos que prefieres guardar en una cajita y enterrarlos en el jardín del vecino. Recuerdo que recortaban su silueta, como tijeras sin afilar, sin gracia, recuerdo que pensé que me odiaban, ahora se que suena estúpido, ahora lo se, ahora que ella no esta, lo se. Ella ha dejado de ser yo, yo he dejado de ser ella. Era tan inocente, tan bella, tan cerrada y desnuda a la vez, vulnerable, así era ella. Mis ojos juguetones, ansiaban ver más, ansiaban tocar más, ya no era placer, ya era necesitad, y esa estúpida sábana, esa sábana estúpida ponía fin a mis fantasías de hotel barato, y vino amargo. Llegaban hasta sus rodillas, lo admito eran huesudas y pálidas, pero eran sus rodillas, joder, sus rodillas, de ella y de nadie más, las rodillas más bonitas que había visto jamás, espera, tiene marcas, oh marcas, huellas frescas que nos delatan como amantes, como los restos de placer de dos cuerpos que como lazos, se enroscan y forman un nudo tan fuerte de desatar, que hasta goliad sería incapaz. Al menos podía ver sus uñas, me recordaban, no en textura ni forma, eso jamás, las uñas son feas, feas, feas, a sus labios, parecían de esas pinturas, donde las mujeres son las protagonistas, deleite de quien las ve, sino al juego de rojos, de tonos. De rojos, su color favorito. Ella tenía pétalos como labios, suaves y delicados, húmedos y secos, pero perfectamente dibujados, trazados con su carmín barato. Pero sé y sabe que no es un labial, de la calle grande, lo que hace que me sienta como una niña rica con su muñeca de porcelana nueva. Le llamo la calle grande, porque hay muchas tiendas, mi salario se iría en un bolso de piel, perfectamente perfecto, pero na' ella tiene bolsos más bonitos. Ella es más bonita. Con su vestido azul de margaritas, creo que de su madre o de aquella tiendecita de barrio escondida, no recuerdo. Soy pésimo. Desde qué no esta, caminó y veo ese trozo de tela sin forma, en todas las chicas y comparo, y veo y comparo, ella lo llevaba mejor, ella era perfecta. Pechos pequeños, y ojos muy redondos, negros como sus pendientes de caracolas. Ella no esta, estoy vacío, sólo me queda el recuerdo y el odio a las estúpidas sábanas blancas que aquella mañana me privaron de sus curvas. Ahora tomó vino amargo y voy a hoteles baratos, son fantasías. No volverá. Se ha ido, se ha ido con la promesa de ser ella y yo. Yo y ella.


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