El centenario reloj del hermoso templo, marcó sutilmente los cinco sonidos que indicaban la hora de salida. Paso a paso como en los últimos quince años hizo el tradicional circulo para cerrar una a una las magnas ventanas por donde se filtraba lo que ocurría afuera, y luego de un cambio de zapatos, como agua que sale cuando se abre un dique, cruzaba la puerta para iniciar un corto viaje a pie, hasta su humilde morada.
Era simple, pero muy bello pasar las calles en medio de rostros conocidos y con vistazos a lo alto, para predecir el estado meteorológico de la tarde que acaecía; incluía gran emoción, aunque el recorrido implicara pasar bordeando la casa de aquel novio viejo, justo al iniciar el camino sin asfalto. Farallones despejados, a veces; pájaros oriundos y peregrinos, árboles deseoso de tocar el cielo, labriegos o lugareños con rostros sonrientes aunque cansados, llenaban el camino convergiendo todos hacia algún lugar.
Para ella era un cambio de mundos, por así decirlo, como pasar de la intranquilidad a la tranquilidad, para llegar a un lugar donde le gustaba estar, esa pequeña casa de ladrillos chuecos, donde al frente, también, se divisaban los farallones, donde había mucho verde y por las mañanas los turpiales madrugaban a cantar.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales