Pablito andaba de regreso a casa.
Se había tenido que quedar en el colegio para terminar unos ejercicios. Su autobús lo había dejado mas lejos de lo normal. Tuvo que caminar media hora hasta poder ver su hogar.
En ese largo paseo, no sintió el mas mínimo miedo por ir solo.
El cielo estaba completamente limpio. Y podía contemplar todas las estrellas del firmamento.
Su casa se encontraba en un lugar precioso. Estaba en el lado izquierdo de un valle abierto.
Alrededor, todo eran verdes prados. Que solo se cortaban por aquel caminito de tierra bordeado de flores, por el que iba. Aunque lejanas, las estrellas le daban la luz suficiente para poder ver y no caerse mientras bajaba la cuesta hacia su casa.
Le dolía la nuca ya, de tanto mirar para arriba mientras andaba. Cuando de repente, su paso se detuvo en seco. Los ojos se le abrieron como platos, al igual que su pequeña boca. Que apenas pudo soltar un ¡ Guaaauuu !
El pequeño Pablito acababa de ver su primera estrella fugaz. Una muy grande y larga, que parecía un cometa surcando el cielo.
Su corazón empezó a latir muy fuerte. De la emoción perdió el equilibrio y se cayó de culo. Quedando sentado en medio del camino.
Rápidamente, se echó las manos a la cara y se tapó los ojos. Y en voz muy baja se repetía una y otra vez ¡Pide un deseo, pide un deseo, pide un deseo !
Sus primeros pensamientos fueron para su madre. Luego para sus hermanos. Y así muchos mas. Hasta que se dio cuenta de que solo podía pedir uno.
Se le hizo difícil elegir, por lo que decidió pedir que todas las personas que él amaba, recibieran una bonita sorpresa esa misma noche. Que les hiciera ser felices y reír mucho.
Una vez lo pidió, se levantó y retomó el camino. Iba pensativo, recordando todas las veces que los mayores le habían repetido que si un día veía una estrella fugaz, pidiera un deseo.
Sin duda Pablito era un niño lleno de amor. Seguramente el amor que le daban todos aquellos a los que les pidió una sorpresa. Pues no deseó nada para sí mismo.
Ya se encontraba en la entrada de su casa. Reconocía los olores de las plantas que su madre tenía en el jardín. Aunque a penas las podía ver.
Antes de tocar en la puerta, se le escapó una sonrisa. Miró hacia atrás donde se había caído y pensó - esta noche he visto mi primera estrella fugaz, era grande y bonita. Esta noche todas las personas a las que quiero serán felices. - ¿ que más puedo pedir ? -
A partir de esa noche, Pablito aprendió a apreciar la belleza de una estrella fugaz. Y entendió que no valía la pena perderse un solo instante de ella, solo por cerrar los ojos y pedir un deseo. Como le habían dicho que hiciera los mayores.
Ya de adolescente había tomado la costumbre de volver a casa andando. Y más de una vez le volvió a pillar la noche. Y recordó aquella estrella. Y las caras de felicidad al día siguiente, de todos aquellos por los que había pedido.
Cuando fue adulto, Pablito formó una bonita familia. Levantó su casa en la otra colina del valle. Y procuró que su hijo supiera qué pedir, cuando se encontrara su primera estrella fugaz.
Y a veces a solas, en las noches estrelladas, salía a andar y se tumbaba en el prado a contemplarlas. Cuando veía una fugaz, se le escapaba aquella misma sonrisa de niño. Esta vez pedía por su hijo. Y con los ojos bien abiertos decía ¡Guaaaauuu !
( j.m.a.c.)
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