KUCHI KUCHI KOMPUTAZIONAL

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       Ha habido dos momentos absolutamente históricos en el programa de búsqueda de vida inteligente en el espacio, o SETI ( Search For Extraterrestrial Intelligence, búsqueda de Inteligencia Extraterrestre). 

Uno de ellos ocurrió el quince de Agosto de 1977, a las 23:16 en Ohio. En esa noche de verano las antenas captaron la ya archifamosa señal WOW!. 

Era una señal de radio de origen desconocido que duró exactamente setenta y dos segundos. Alcanzó una intensidad treinta veces superior al ruido de fondo. Provenía de algún lugar en la Constelación de Sagitario. 6EQUJ5. Esa fue la seña que recibió y anotó Jerry Ehman, el becario, anonadado.

Esta emisión cambió el mundo, nuestra forma de entenderlo, así como nuestro futuro y como lo afrontamos.

El segundo momento absolutamente histórico en la vida del programa SETI ocurrió antesdeayer. No ha cambiado la vida de nadie, excepto de Steve Smith, el operador de radio encargado de las transmisiones y de revisar los registros computerizados.

Ha ocurrido así;

La sala de control, un hervidero llena de gente, excitada, corriendo, móviles en mano. Literalmente cientos de pantalla de ordenador muestran la misma imagen, un código binario. Se oyen por todas partes conversaciones en las que sale la palabra “WOW!!” constantemente.

El Observatorio NASA en Arecibo, Puerto Rico, a esas horas se muestra igual de imponente que siempre, la tremenda antena rodeada de árboles, monos, loros, ranas coquí, vegetación tropical. Las torres que la rodean añaden un impresionante contrapunto a la selva.

El motivo de todo este alboroto de científicos es la señal que se ha recibido en esa mañana, a las 12:03. Nadie lo dice en voz alta, pero todos piensan, saben en sus adentros, que ésta vez la señal es buena. Por fin la noticia que el mundo espera. Vida extraterrestre. Una comunicación procedente del espacio exterior que no deja lugar a dudas. 

Un código binario llegado mediante ondas contínuas de radio, la ideal para salvar grandes distancias en el espacio exterior. Es ésta que reproducimos abajo;

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El operario Steve Smith, de Indiana, a punto de retirarse, y con el único aliciente de salir a pescar con su hijo que vive en Chicago, observa, como todos, ansioso las pantallas.

A Steve le conocen sus compañeros como el Cuchi-cuchi,  debido a ser el mote que su mujer, gran admiradora de Charo, la Cuchi-Cuchi Girl, le suelta constantemente. Son famosas las llamadas de teléfono de su mujer con esa voz chillona y mandona: “Cuchi-cuchi esto, cuchi-cuchi lo otro” y varios bromistas le han puesto a veces el altavoz a la comunicación del teléfono interno, para descojone de los allí presentes.

Esto ha dado lugar a que Steve en repetidas ocasiones corte a su mujer. Más tarde la llama desde el móvil, a solas, desde la barandilla que da a las antenas. Eso a ella no le gusta. No entiende que alguien se avergüence de la famosísima estrella de la televisión americana de los cincuenta, Charo, la cuchi-cuchi girl, la más insigne representante de la remota región española de Murcia, llegada a Hollywood de manos de Xavier Cugat. ¿O quizá es de ella de quién siente vergüenza su marido? Da igual, le cabrea. Y se lo  deja clarito, clarito al papanatas de marido que tiene.

Steve se concentra , debería tener el corazón alocado como todos allí pero él no se altera fácilmente, y observa la pantalla principal. Son muchos años de educar la paciencia y el hacer como que atiende. Aunque ahora sí presta atención a los monitores de la pared principal. Allí el potente ordenador trabaja con millones de logaritmos para lograr descifrar el significado de la comunicación que cambiará el curso de la Historia con mayúsculas. Steve espera mientras mastica un sándwich de mantequilla de cacahuete. No suele impacientarse, o al menos no muestra emociones externas. Su mote anterior era El Oso.

Por fin, a las 14:26 hora de Arecibo, los ordenadores muestran en sus pantallas la traducción a Español (Inglés en el original) del código binario. Es éste;

“Cuchi cuchi, soy yo, recuerda que tienes que  pasar por la tienda que no tengo pan para la comida ¿eh? ¿A qué hora llegas? ¿No te quedarás de cañas con los amigos otra vez ,no? Siempre igual, hay que ver...y estoy harta de recogerte los calcetines del suelo, que hay que ver qué edad y todavía con esas...Nada, llámame si te retrasas, ¿Vale?”.

Cincuenta y ocho segundos pasan de silencio sepulcral. 

Durante  estos cincuenta y ocho fatídicos segundos, toda la sala observa a Steven H. Smith. Nadie mueve un hombro. 

Steve, balbuceando, intenta hablar, dar una explicación. El sándwich de mantequilla de cacahuete se le ha caído desparramado en  los pantalones, dejando un rastro en la panza. Su superior, Halman B. Goode, le corta, susurrándole muy, muuuy despacio, casi inaudible: 

- “Cállese. Y sígame por favor”.

Mientras Steve se levanta,  el sr. Goode, casi como si se olvidara, adelanta un dedo hacia la mesa de Smith y comenta:

- “ ¡Ah! , no olvide recoger sus cosas. Todas".


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