Ha sido un día largo en la oficina. Llegar a casa es un gran placer y un alivio después de un día estresante y después de una ducha y un buen vaso de agua, sentarse delante de la computadora a jugar un rato mientras espero que regresen mi esposa y mi hija es una buena manera de pasar el tiempo. Los minutos pasan y tan absorto como estoy no siento que hay alguien en la puerta de mi oficina hasta que una voz dulce me saca de mi concentración:
- ¿Papi?
Me volteo hacia la puerta y lo que veo hace que enarque una ceja. Ahí está ella, parada en el umbral de la puerta luciendo angelical, con la falda y blusa de colegio y medias que le llegan justo por debajo de las rodillas. Sus dos brazos están detrás de ella mientras sus manos arrastran la mochila. Arqueo un poco más mi ceja, es obvio que ha acortado su falda, a menos que el ministerio de educación haya decidido otra cosa, lo cual dudo sobremanera.
Camina hacia mí y puedo ver que se ha soltado los botones superiores de la blusa. Cada paso que da es estudiado y sexy, mientras sigue arrastrando la mochila. Se detiene delante de mi, y clava sus ojos castaños en los míos, mientras su cabello resbala por sus hombros. Cruzo mis brazos sobre mi pecho.
- ¿Papi? Tengo algo que decirte - Suelta una risita mientras habla.
- ¿Qué cosa?- Hago un esfuerzo para no sonreír, pero ella siempre me hace sonreír a pesar de todo.
- El director quiere hablar contigo.
- ¿Conmigo? ¿Por qué?
- Es que la profesora me cogió copiando en el examen.
- ¿Ah sí?
- Sí. Y el director quiere hablar contigo.
- ¿Ah sí?
- Sí
- Sabes que significa, ¿no?
- Pero Papi - lo dice suavemente mientras juega con un mechón de su cabello
- ¿Pero qué? No puedo creer que copiaras. Mereces un castigo.
- ¡Pero Papi!
- ¿Qué?
- ¿No puedo hacer algo? No quiero que me castigues.
- ¿Algo? ¿Algo como qué?
- No sé - y sus ojos bajan hasta mi regazo, donde obviamente no puedo ocultar la erección tras mi pantalón.
Arroja su mochila sobre el sillón y rápidamente se arrodilla entre mis piernas y su mano se posa en mi regazo, ejerciendo una ligera presión.
- ¿Me vas a castigar papá?
- Aún no lo sé - logro a duras penas murmurar.
- Porque si no me castigas, yo podría ayudarte con esto - sus ojos no dejan los míos mientras sus manos desabrochan mi pantalón y bajan el cierre. Rápidamente su mano se pierde dentro de mi pantalón y juega conmigo. Ahogo con esfuerzo un gruñido, pero ella lo escucha y sonríe de oreja a oreja.
- ¿Estoy castigada?
- Copiar es malo querida - no sé como puedo hablar mientras hace lo que hace con su mano.
- Porque si no me castigas no sé papá yo podría usar mi boquita. y sin dejar de mirarme me toma en su boca. Dios mío. Por lo blanco de mis nudillos estoy seguro que voy a dejar marcas en los brazos de mi sillón.
Mientras una mano suya me sujeta con firmeza la otra se pierde entre sus piernas, por detrás de sus bragas y se mueve con la misma cadencia de su cabeza. Le acaricio el rostro y el cabello mientras sigue en su juego. Solo se detiene para preguntar una vez más si está castigada y al no obtener respuesta de mi parte, continúa. Dios, un hombre no puede resistir por siempre. Y justo cuando estoy por decirle que no pienso castigarla, se levanta de un brinco y con agilidad casi felina se saca las bragas y se sienta sobre mí, mirándome. Se abre la blusa completamente y sube su brassiere, un lindo brassiere negro de encaje. Sus senos están a plena vista, para mi completo deleite.
- Son pequeños - me dice con fingida vergüenza.
- Pues a mi me encantan. - y sonríe cuando escucha mi aprobación. Pero su sonrisa se congela en su rostro cuando tomo uno de sus pezones en mi boca y juego con él. Sus ligeros gemidos son música en mis oídos. Pronto su mano busca en medio de nuestros regazos y con ligeros movimientos de su cadera, somos uno al fin.
Sus caderas suben y bajan con lentitud, sus manos en mis hombros la ayudan a mantener el ritmo, mientras mis manos en sus caderas la urgen a apurarse. Pronto lanza un gemido y entierra su rostro en mi hombro, jadeando sin cesar. Pero ahora en mi turno y muevo sus caderas con mis manos y ella se deja hacer, jadeando cada vez más rápido. Pronto mis gruñidos se unen a sus jadeos y finalmente nos hundimos en una nube de placer.
Sentado en mi sillón, reponiéndome y sintiendo su ligera respiración me atrevo a preguntar.
- ¿Dónde demonios encontraste un uniforme escolar en tu talla?
- ¿Te gustó? Me pregunta con una sonrisa felina en su rostro.
- ¿No te has dado cuenta? le respondo al tiempo que muevo mi cadera. - ¿De dónde lo sacaste?
- Por ahí. No creerías lo que se encuentra en Internet.
- Pues lo creo ahora. Pero mejor nos apuramos a arreglar, no vaya a llegar nuestra hija.
- No va a llegar. Se fue a la casa de su amiga, regresa mañana. Así que tenemos tiempo.
- ¿Tiempo?
- Sí.
- ¿Para qué?
- Abre el cajón de tu escritorio
Preguntándome sobre si debo pedirle que se levante o no y decidiendo lo contrario, arrastro el sillón con nosotros dos encima hasta mi escritorio y abro el cajón que me señala. Dentro hay un sombrero de policía y un gorro de enfermera.
Nos miramos y no podemos contener la risa.
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