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La trampa no era que la hubieran abandonado en aquel rincón oscuro. Ni siquiera que no la dieran agua cuando la pedía a gritos, inaudibles.
La trampa era que no la dejaran escuchar su música preferida, la de ese tal Mozart.
Y luego vendrían las quejas. Aquellas de que no crecería lo bastante y otras paparruchas.
La trampa era que creyeran que todas las plantas son iguales.
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