Aurora y el ocaso

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—Este pequeño texto lo escribí con motivo de la graduación universitaria de algunos compañeros míos. No se trata, creo yo, de un relato en sí mismo; creo que es, más bien, una reflexión alegórica, un agradecimiento y un recuerdo, una fotografía.—

He aquí a Aurora, quien se encuentra absorta frente a la puerta, frente a un umbral que cientos de veces antes había cruzado; vez tras vez había salido, y vez tras vez había entrado; ¡y qué corrientes resultaban, en los días pasados, la puerta, el marco y la manija; y que distintos lucen hoy! Esta mañana la entrada parece ser más pequeña, y a Aurora le da la impresión de que traspasar el umbral será más difícil que nunca; tal parece que hoy nada hay de corriente en esa puerta. Bien sabe Aurora que entrar, esta vez, implica salir y no volver, y como si algo le estrujara el corazón, se acongoja Aurora, ¡oprimido el corazón siente ella, empequeñecido, como la entrada que esta mañana luce tan diminuta!

Abrir la puerta y un paso al frente la llevan, como sin querer, aunque tal vez necesitándolo, a estar dentro del pequeño recinto. Nadie hay ahí— ¡es tan temprano aún!— pero muchos ruidos llegan a ella: palabras sueltas, en medio de risas y algunos gritos, disertaciones confusas y sueños intensos; ¿cuánto tiempo ha pasado ya de todo ello? Años quizás, y aun así ¡cuán cercano parece todo! Y a Aurora se le llenan de lágrimas los ojos, por culpa de los recuerdos, es que éstos parecen ser experiencias vivas y presentes, pero qué desdicha, pues sólo son apariencia, son, realmente, como esas estrellas que han muerto, que están ahí y no están, que aún se ven, pero ya no son más.

¡Ah! Pero a la par de un llanto fluido se ve surgir, también, en Aurora, una sonrisa que lo ilumina todo; lágrima y risa, sonrisa y llanto, y no es que sean sus sentimientos el producto de un espíritu contradictorio, indeciso y pueril. Ocurre que los recuerdos son como ciertas estrellas muertas —eso es innegable— que parecen vivir, que siguen ahí, trémulamente, pero ya no son más; así, precisamente, son las memorias, así tal cual. Hay, no obstante, otras tantas estrellas, de cuya luz no somos aún espectadores, que tan lejanas están y tan jóvenes son, que aún no han llegado a inspirarnos. Creo yo —pues a veces le da a uno por teorizar— que Aurora ha pensado en esas estrellas venideras, vive ella el destino de todo ciclo, no lo afronta, va con él; así se entrega Aurora a las estrellas, a lo cálido de lo incierto y lo posible. ¡Quién sabe qué ocurra al salir por esa puerta por última vez! Ella sigue llorando con nostalgia, mas su sonrisa y el entusiasmo le acompañan; es que aunque afuera mucho hay de desconocido y los recuerdos apretujan el corazón, algo hay seguro —es esto lo que enciende su alegría con toda pasión—, y es que afuera, más allá del recinto y la puerta, de los recuerdos y la añoranza, más allá de lo que se ha ido, el infinito espera.


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