El masajista (parte 1 de 2)

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Son las nueve menos cuarto de la mañana y estoy a punto de abrir la supuesta clínica

que tengo para dar supuestos masajes.

Un antro que tengo alquilado a un precio muy bajo en el que he metido una camilla,

un foco de luz y un mueble parecido a una recepción, para cobrar a los clientes.

No me hace falta más.

La gente viene, se tumba en la camilla quince minutos aproximadamente y se va

satisfecha.

Ellos creen que les doy masajes, pero no es eso lo que hago.

Hago algo mucho más importante, pero no se lo digo a los clientes porque se escapa

lejos de su comprensión, y nadie vendría a la clínica. Al menos, de momento. Hasta

que me haga famoso por mis masajes y quiera venir todo el mundo.

Lo que hago es mover el punto de encaje de las personas a la posición que ellos

necesitan en este momento de sus vidas.

El punto de encaje es un punto energético que tiene todo ser viviente dentro de su

campo de energía, el cual, conecta al mismo ser con el resto del universo energético.

Cuando se mira con los ojos de un brujo, se logra ver. Y cuando alguien ve, percibe las

cosas como energía pura. La esencia de las cosas.

Los seres humanos, cuando se nos ve, somos parecidos a huevos luminosos enormes.

El huevo digamos que es como un metro a la redonda más grande que el cuerpo físico,

y dentro de este huevo hay un punto que es del tamaño de una pelota de tenis, que se

ilumina más que el resto del huevo y destaca en su interior.

Este punto es lo que llamamos percepción. Y nosotros percibimos los campos de

energía que pasan por ese punto. Sean de quién sean y vengan de donde vengan.

Yo he aprendido, por casualidad, a ver ese punto. Se requiere práctica, pero, al final, lo

ves.

Para verlo, únicamente hay que, como yo llamo, apagar el cerebro. Hay que dejar de

pensar, literalmente. Esto parece fácil, pero no lo es en absoluto.

Todo el tiempo estamos pensando sin parar. Intentarlo cuando queráis. En seguida os

daréis cuenta de que volvéis a pensar.

Hay que dejar de tener pensamientos. Para eso, hace falta concentración. Los budistas

lo llaman meditación.

Hay que concentrarse en un punto, en un objeto, o en un pensamiento estático. A mí

me va bien concentrarme en mi propia respiración, ya que eso estará siempre ahí

hasta el día de mi muerte.

Al principio cuesta pero, a medida que se practica cada vez cuesta menos concentrarse

y cada vez consigues estar sin pensar más tiempo.

Este proceso es acumulativo, y si lo haces durante mucho tiempo empiezas a

experimentar cambios.

Un día, estas tranquilamente en tu vida rutinaria y empiezas a ver luces. De pronto ves

a tu derecha una luz, pero cuando miras ya no está. Cada vez empieza a ser más a

menudo, y luces más grandes.

Luego, un día, pasas por una calle que es muy familiar para ti, pero la ves diferente,

como si estuvieras en otro barrio, incluso, en otra ciudad. Como si la vieses por

primera vez.

Hay que tener cuidado con esto porque puedes perder el sentido de la orientación,

aunque, esto, seguramente, sea solo por unos instantes.

Y entonces, llega el día que miras a una persona y ya no es una persona, sino un

enorme huevo compuesto de fibras luminosas en el cual resalta el punto de encaje.

El punto de encaje, cuando está quieto percibe las fibras luminosas que pasan por él,

que sería el mundo que percibimos ahora. En realidad, son datos sensoriales que,

mezclados con nuestros pensamientos y premisas básicas que nos han inculcado

cuando éramos pequeños, dan paso al mundo que percibimos como “mundo real”.

Pues bien, la clave está en el movimiento de este punto de encaje. Cuando este punto

se mueve, abarca fibras de luz diferentes de dentro o fuera del huevo luminoso, dando

lugar a una percepción diferente.

Los sueños son muy buenos para mover el punto y los alucinógenos, también.

Por ejemplo, si mueves el punto de encaje de un ser humano a la posición en que lo

tiene un león, este ser humano vería el mundo como un león. Incluso podría

comportarse como tal.

También es cierto que los puntos de encaje de las personas varían según su modo de

vida y forma de pensamiento.

Cuantos más vicios tiene una persona, más arraigado está a las fibras actuales y más

difícil es que se mueva.

Yo he aprendido a mover el mío y el de mis semejantes.

Los clientes piensan que lo que les doy es un masaje pero, para llegar a mi objetivo,

solo necesito un toque en la posición adecuada del cuerpo. El resto del tiempo es un

paripé para que no piensen que les cobro por solo cinco segundos de trabajo.

Realmente, el toque no es únicamente físico. Yo toco el punto de encaje energético,

aunque a la vez toco un punto del cuerpo físico que está más o menos por debajo de

los omóplatos.

Puedo poner a una persona en el mejor de los éxtasis o en la peor de las depresiones.

Cobro cien euros por sesión, y cada sesión dura unos quince minutos. La primera vez

que vienen los clientes se la doy gratis, y esa es mi publicidad.

Masaje gratis sin compromiso.

Ellos vienen para que les dé el masaje gratis y piensan que después no volverán. Pero

se equivocan.

El primer masaje que les doy pongo su punto de encaje en una luminosidad que es tan

grande y placentera que se quedan como si estuvieran en la mismísima gloria. Una vez

que les he movido el punto, tarda un tiempo en volver a su posición habitual, con lo

que el placer se les va hiendo gradualmente. Cuando se les quita, les ha gustado tanto

que siempre vuelven.


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