Una noche con mi profesora de química

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Yo tenía una profesora que me hacía química, a quien desde que entraba a la sala de clases quedaba mirando con apetito voraz por su tremendo trasero.

Intercambiando correos con ella, de forma muy indirecta le di a entender que quería una cita. Ante mi asombro, ella aceptó. Quedamos para juntarnos en el restaurante de la esquina a la noche.

En mis fantasías me imaginaba bajo ella, abriéndole las piernas, echando su culo hacia delante y penetrándolo, exponiendo la mercadería. Esa posición para mí era brutal. Estaba ansioso por tenerla así.

Su mirada comunicaba deseo. Esto me hizo poder respirar y darme cuenta de lo mucho que quería precipitarme a su boca y besarla con locura. Me hacía insinuaciones, diablos, tuve una paciencia infinita para no arrojarme sobre ella en ese instante. Ella confirmó mis sospechas al confesarme:

—Sé que eres mi alumno pero te diré algo: me gustas.

Me daba miradas fogosas y se mordía el labio. En el silencio de la noche giró la llave y abrió la puerta. Ingresamos al apartamento, encendió una luz. ¿Quieres comer algo?, me preguntó. Negué con la cabeza enseguida. No me había dicho para qué me traía y yo ya lo sabía. “Sólo vamos al asunto”, pensé. Me señaló con su mirada la puerta abierta a la habitación, que invitaba a entrar y se fue por el pasillo. Cada vez más ansioso fui a su dormitorio y salté a la cama.

Al rato entró, y se puso a registrar un ropero a un lado. Aproveché de mirarle el culo; redondo y cautivador. Se le remarcaba el calzón, era blanco. Con discreción, sobre la cama me llevé la mano bajo el pantalón, masajeándome. La profesora volteó, exhibiendo conjuntos de lencería negra en sus manos, y me preguntó:

—¿Cuál de éstos te gusta más?

Me mordí el labio. “Ambos”, respondí. Entonces dejó un conjunto en el suelo  y empezó a cambiarse ahí mismo. Estaba en el cielo, qué placer. Bajaba su ropa interior por el pronunciado muslo, se quitaba el sostén de espaldas, para incitarme, y se lo cambiaba por el modelo negro, cubriendo sus redondos pechos. Se dio vuelta, la contemplé; mi profesora, casi desnuda, con el conjunto de lencería. Las ropas con que me dio clases ahora en el suelo; y sucedió, se acercó lentamente a mí como una gata.

La besé con pasión sintiendo mi miembro erecto. Deslizaba mi mano por la capa de su sostén, frotando el diseño, y descubrí sus pechos; la dulce ternura de su armonía quedó en mis manos, suaves como piel de bebé. La tomé por la cintura para subirla hasta quedar al punto de sus pechos y succioné excitado. Mi pene estaba erguido como una vara; captado por su atención, ella comenzó a bajar de forma sensual y sus labios llegaron hasta mi miembro. Abrió la boca y sentí una deliciosa tensión en el cuerpo, entonces empezó a chupar con fuerza masturbándome con ella. Puse mis manos en su cabeza y miré al techo, extasiado; levanté los pies, introduje mi pene por su garganta dando gemidos de placer.

Al correrme observé mis fluidos seminales cayendo por la comisura de su boca. Con su cabeza tomada, volví a introducir mi pene, lo introducía y sacaba observando cómo la parte superior de mi miembro deshacía las hilachas de semen y salía envuelta en saliva. De rodillas en el colchón, lo hice con más rapidez. Jugué con su cabeza: yo no metía mi miembro; la traía a ella a mí y lo desaparecía. Repetí unas veces, hasta que la aferré, la atraje con su lengua alcanzando mi escroto y me corrí en su garganta. Se atoró y tosió cerrando los ojos. En cuanto se repuso volví a penetrar su boca dejando todo líquido dentro de ella.

Entonces la acomodé en la cama de espalda, le junté las piernas y observé de esta forma cómo se añadía volumen al trasero en todo su esplendor. Deslicé lentamente el hilo de la braga a un lado del deseable orificio, por aquella zona privada, íntima, y tomé mi grueso miembro, que introduje con cuidado en el apretado agujero. Al momento de sentir la fricción en la cabeza tuve gran placer, me asomé sobre ella y apreté más sus nalgas para incrementar la sensación, la voluptuosidad. Dejé caer mi saliva en el orificio y entonces penetré, con fuerza en aumento. Le di duro, la castigué, y la penetré con el deseo de desbaratar aquel culo, aunque no fuera posible, era demasiado firme. Lo  sentí mío entre mis manos, de mi propiedad, y lo atraía hacia mí, introduciendo hasta la base mi pene en él. Pronto los fluidos comenzaron a salir por los bordes. Ella experimentaba gran placer, me decía “Continúa, continúa, así, dame duro, dale a tu profesora de química, hmmm, me gusta, qué rico”, y yo me enfurecía y me hundía en ella con brusquedad.

Me arrastré bajo ella, hice la braga a un lado, la tomé por los muslos y la levanté ligeramente. Tomé mi pene y lo introduje entre sus nalgas. La penetré con ritmo normal, primero, y luego la levanté más, echando su culo hacia delante, al descubierto. Penetré aquel agujero, introduje profundo, sintiendo que el espacio separador entre el ano y su vagina se hacía mínimo por la presión que yo ejercía. Ésa era la posición de mi fantasía. Como si no fuera suficiente con todo mi miembro dentro, empujaba más fuerte y la tiraba hacia arriba. En el ritmo que adoptamos sentía sus nalgas chocando contra mi vientre. La afirmé por los muslos poniéndola de lado, e impulsé mis nalgas hacia delante enterrándole mi aparato. Dio un grito de placer, entonces continué sodomizándola.

—Ay, ay, ¿estás excitado? Me tienes el culo todo roto —me dijo.

—No —respondí y seguí azotándola.

Luego me subí sobre ella y dirigí mi pene hacia abajo; me hundí en su interior y tomé frenético ritmo. Ella dominada por mí, gemía, impotente, con las gruesas piernas separadas y clamando por ayuda, quejándose del dolor. La lencería colgaba a sus costados, tenía vagina, senos y ano desnudos. Me apoyaba en ella, enterraba con fuerza y veía mi obra. Saqué mi pene y brotó un hilo de semen. Volví a introducir y seguí; la aplasté con mi peso y continué metido en ella. Mi miembro estaba todo dentro de su prominente culo achatado.

Al terminar, levantó la cabeza, con rastros de semen por los párpados, extenuada, y pareció implorarme el cese. Aunque quería más, removió con su lengua mis fluidos en los bordes de su boca. Apenas abriendo los ojos, dijo:

—¿Hemos terminado el acto?

—Ya casi —respondí, y pasé mi flácido pene por su boca, limpiándome entre sus dientes y encías. Movió el rostro con disgusto.

Mi miembro quedó húmedo y sin esperma. Se secó. Sonriendo, comencé a vestirme con mi ropa arrugada. La contemplé en su aspecto lamentable, buscaba entre las sombras, pues tenía la cara cubierta de líquido blanco. Satisfecho, le dije:

—Ahora sí, hasta luego, profesora.

Le arrojé un beso pícaro y dejé la habitación. Así fue la noche en que poseí a mi profesora de química.


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