Entré en la habitación, todo parecía igual ante mis ojos, pero no tenía conocimiento si algo habría alterado mis cosas.
Al momento de cerrar la puerta encendí la luz, las tinieblas corrieron a esconderse de luz palpitante.
Mi violín, encerrado en su estuche, gritaba anhelando que lo tocaran, gritaba tanto que tuve que gritar más fuerte para que se callará, aunque solo logré que comenzara a murmurar y a desesperarme.
La silla se movía sola invitándome a descansar, la libreta se ponía en una sensual pose, lista para que yo escriba en ella y le haga ilusiones falsas sobre un mundo mórbido.
Observé mi alrededor, todo era alegremente fúnebre, como si la luz se negara a visitar mi habitación. Quizá me odia, o simplemente no quiere ponerse triste.
Tomé la pluma para escribir, hacía garabatos mientras pensaba en mi amada mujer, cuando de pronto me di cuenta que estaba rodeado de las voces de los objetos de mi cuarto.
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