LA SEQUÍA
Arrodillado el labrador, sobre su campo
acariciaba su tierra moribunda de sed
yerma, quebrada, endurecida
secando la vida de las hierbas.
Abrasada por los rayos del sol
a un dantesco suplicio sometida
suplicando el milagro de la lluvia
en espasmos de dolor, vencida.
Camina triste el labrador sobre su campo
clama, suplica, ruega, por el milagro
de un posible rocío, de una lluvia
que calme los ardores de su fiebre.
Superficies de esmeraldas emigradas
pastos secos y flores ya marchitas
hojas de árboles, que ayer verdes,
hoy lucen amarillas, mustias secas.
Sigue mirando triste el labrador su campo
hacia los cuatro puntos cardinales
oteando impaciente el horizonte
en busca de una chispa de luz, una esperanza.
Entonces Dios, apiadado de su pena
sobre la tierra amontona copos blancos
algodones de nubes y relámpagos
y a su intenso fulgor nace la lluvia.
Con desesperada avidez bebe la tierra,
cristalinas gotas, diáfanas, consoladoras
como lagrimas de mujer enamorada
sorben con labios impacientes de una novia.
Y alegre mira el labrador sus campos
se diría brotan ya las hierbas nuevas
erguirse los tallos de las flores
renacer de frescura y vida plena.
Haciendo eclosión por todas partes
va vistiendo de gala con un verde traje
salpicado con la policromía de las flores
arabescos dados, a la tierra que renace.
El campesino eufórico, canta, baila y ríe,
vuelve a escuchar el trino de los pájaros
trajo la lluvia de nuevo la esperanza
a la tierra moribunda de sed yerma y vencida.
Nicolás Ferreira Lamaita
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