El Ultimo Robot (Parte II)

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Ahora la gente se miraba insegura. La semilla de la duda y el miedo había sido sembrada en sus mentes. La abogada defensora bajó enérgicamente del estrado.

-         ¡Entonces, hermanos, yo les digo!. – Vociferó. - ¡Si cuando traigan al acusado, alguno de todos ustedes está absolutamente seguro de su naturaleza, le ruego que baje hasta este tribunal y lo diga!. ¡Será escuchado!. -

Bruscamente la defensora decidió terminar su disertación. En su preparado monólogo tenía algunas líneas más pero ya había logrado el efecto deseado y temía que si se extendía podría perjudicar lo logrado.

Acto seguido fue ingresado el acusado.

El juez lo miró desde su elevado estrado mientras lo sentaban frente a las enormes gradas que contenían al público. El fiscal había soñado este momento con elevados gritos de condena y desaprobación por parte de la gente pero muy poco de ello ocurrió. Solo murmullos de disgusto, frustración y duda. La labor de la defensora había sido brillante y efectiva.

-         Ahora escucharemos al acusado. – Pronunció el Juez.

Se trataba de un individuo algo entrado en años, cincuenta o sesenta, de estatura mediana y cuerpo enjuto y desgarbado, todo bastante ordinario hasta que lo mirabas a los ojos, allí el asunto cambiaba diametralmente. El reo se aclaró la garganta y con voz seca y cascada comenzó a hablar.

-         Mi nombre es Alvin Talhud. Nací en América Central hace cincuenta y ocho años y no soy una máquina… - El fiscal se levantó de un salto.

-         ¡Mientes, criatura del demonio!. ¡Los Sagrados Documentos te condenan!. ¡Tenemos tu foto y todo lo necesario para…! . – Esta vez fue el Juez quien saltó.

-         ¡Basta!. – Dijo dando un golpe con el martillo. - ¡Su turno de hablar caducó!. Ahora es el turno del acusado. – Alvin enfocó al Juez con mirada sentida.

-          Gracias, Señor Juez. La documentación histórica que poseen puede y seguramente está plagada de errores y huecos dado que durante el bombardeo final de América el noventa por ciento de los soportes electrónicos fueron destruidos y las transcripciones sobre papel que ustedes poseen son incompletas y especialmente construidas para lograr la sociedad que ustedes han logrado desarrollar pero para nada constituye un elemento confiable para llevar adelante la matanza que hace cien años llevan a cabo. Se han equivocado. Si matar a un ser humano los condena puedo asegurarles que desde hace un siglo vienen matando personas, miles, pero no se asusten que no por ello serán condenados. –

Un clamor indignado se levantó desde la multitud que colmaba el peculiar tribunal. Alvin prosiguió.

–       Independientemente a lo que decidan sobre mi futuro hay ciertos asuntos que deberían llamarles a la reflexión sobre vuestras creencias y la naturaleza humana. Y más que nada por la conducta que los caracteriza como sociedad. Bien saben ustedes que Dios creó al hombre y le dio libre albedrío, más no obstante este se inclinó siempre por el camino contrario al que el sumo Creador hubiera deseado.

El camino del bien y el amor al prójimo no figuraban con mucha prioridad en la agenda del día. Más bien digamos que se mató por arrasar el mundo que de regalo recibió y justo cuando estaba por saltar al cosmos para proyectar su destructiva labor al universo, se declara la guerra contra las máquinas, fundada, según creen ustedes, en la decisión humana de prescindir de todo tipo de tecnología, de ese momento hacia la eternidad. –

El fiscal volvió a saltar de su sitial con el dedo en alto.

-          ¿Debo suponer, máquina, que pones en duda toda nuestra filosofía de vida?. – Luego recordó al Juez, que lo miraba con severidad, y buscó cruzar su mirada con la mayor dosis de arrepentimiento posible.

-         No soy una máquina. Responderé a esa pregunta en breves momentos, lo prometo. Me dijeron que podría hablar libremente cuanto se me antoje. –

-         Eso es verdad. – Declaró el Juez. El fiscal, visiblemente contrariado, se volvió a sentar.

-         Cuando la guerra terminó… - Prosiguió Alvin - …aparecieron ustedes de entre los escombros y rescataron escritos, libros y manuscritos y adoptaron una filosofía de vida apuntada a la erradicación de cualquier tipo de crimen y delito, fundada en el amor al prójimo, decidiendo que la tecnología atentaba contra la naturaleza y la obra de Dios. Entonces optaron por vivir de acuerdo a sus leyes y armonizar con la naturaleza siendo parte de ella y no su depredador. Pues les tengo una noticia: La doctrina que ustedes profesan lleva más de dos mil cuatrocientos años de vigencia. Y les vuelvo a repetir: No serán condenados por los crímenes que efectivamente cometieron ni por los que cometan de aquí al fin de los tiempos.–

 


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