La quietud esperada de la noche, siempre rota por la mortecina vida noctámbula de la ciudad. Mi cuerpo recostado en un rectángulo perfecto, oscuro y solitario. Nada más acostarme, ríos de tristeza emergen de mis ventanas al mundo con la parsimonia de quien se encuentra a años luz de allí, sin apenas poder evitarlo, sin sentir dolor o tristeza, simplemente derramados. Noto la humedad en la cara resbalando sin control, reposando en la almohada. Resultado de la enfermiza continencia de las emociones, de la resignación buscada y rebuscada.
Lleno poco a poco durante el día mi cuerpo de lágrimas internas, apenas reflejadas, pero un cuerpo tiene una capacidad limitada y llega un punto en el que rebosa y han de escapar de alguna forma. Y entonces brotan liberadas de su prisión de carne y entrañas, pero sin alma ni emociones, simplemente derramadas. Automática acción mecánica, destinada a dejar paso a nuevas lágrimas
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales