MÍRALA Y LLORA

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MIRALA Y LLORA

Raúl Eme Ese

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Mar, y a su infinita belleza

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La sabiduría que me aporta el fracaso me ha llevado a comprender que en ciertas ocasiones, la suerte no me sonríe con la mejor de sus sonrisas. En ocasiones, la suerte muestra una sonrisa burlona, malintencionada, de gesto torcido y dientes apretados. En estas ocasiones, la suerte no me sonríe, más bien se ríe de mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace mucho tiempo que perdí la esperanza de encontrar a mi chica ideal. La anduve buscando al principio con ilusión, luego con tenacidad, al fin con desesperación...ni rastro de ella. La busqué cerca de casa, y la busqué en abismos lejanos y extraños, regresando siempre con las manos vacías y el sabor amargo de la derrota. Al fin, un buen día, desesperanzado y vencido, comprendí que no existía mi chica ideal.

 

Desarrollé entonces la capacidad de saber ver más allá, de encontrar en cada chica un montón de aspectos positivos, y avivarlos hasta convertirlos en grandes virtudes. Fue así como encontré en cada chica a mi chica ideal, y así fue como viví satisfecho durante largo tiempo.

 

Un día, hace pocos meses, vino la suerte traicionera con su sonrisa burlona y se sentó a mi lado:

-¿Recuerdas cuando, hace ya mucho, buscabas a tu chica ideal?

- Lo recuerdo -le dije-, como también recuerdo que jamás la encontré, porque en realidad no existe.

- ¿Eso crees?...te equivocas! Mira allí –dijo la suerte haciendo un gesto con la cabeza, brindando una sonrisa maliciosa- mírala, idiota, mírala y llora.

 

No podía creerlo, realmente era ella. Todo virtudes, sin atisbo de defectos, la princesa de mi cuento, mi sueño hecho realidad, mis anhelos, mis deseos. Como una escultura hecha por encargo, donde cada cincelada representaba todo aquello que ansiaba encontrar, mi obra de arte particular...cada gesto suyo, palabra, razonamiento, expresión o mirada, cada pestañeo de sus brillantes ojos infinitos, cada fragancia que desprendía, cada sonrisa bajita y entrecortada, cada centímetro de su perfecto cuerpecito...todo me confirmaba que era ella.

 

–No puede ser -me negaba a mi mismo con necedad-. Es imposible que sea ella, ahora no, no en este momento, no en este tiempo, no me hagas esto suerte maldita.

 Pero la suerte no me escuchaba, más bien todo lo contrario.

-Niega la evidencia todo lo que quieras -decía socarrona- pero cierra los ojos y piensa en ella, a ver que pasa.

 

 

Y le hice caso, tonto de mí, a la dichosa fortuna. Cerré fuerte los ojos y pensé en ella, y entonces sentí un soplo de aire muy limpio con olor a sal y a caracolas, sentí también la calidez de los primeros rayos de sol en una mañana fría, penetrándome por dentro y devolviéndome la alegría. Percibí el olor de la hierba mojada de una pradera cubierta de rocío. Su recuerdo recorría mi mente como un torrente de agua fresca por una deshidratada garganta. Sentí felicidad pensando en ella, y al fin comprendí que la suerte tenía razón.

 

-Mírala, idiota, mírala y llora- repetía la suerte traicionera - aunque al fin la hayas encontrado, jamás la tendrás; la miel en los labios, la llamada telefónica de indulto para un reo ajusticiado un instante atrás, el pudo haber sido y no fue... yo soy tu suerte, cretino, tu mala suerte.

 

Y es que la suerte, estratega como pocas, había urdido un gran plan, un plan macabro con el único fin de reírse en mi cara, una vez más.

 

- Eres demasiado mayor para ella -me dijo- y demasiado feo. También eres demasiado alto, y demasiado lelo. Ya te he quitado todo, no te queda nada que ofrecerle. Ya me encargué también de que tuvieras pareja, para ponértelo imposible. Y para erradicarte hasta la más mínima esperanza, he logrado que conozcas a un buen amigo, y he conseguido que se gusten, a pesar de que no sea su tipo...mírala y llora.

 

-Tú ganas, suerte traicionera –le dije-, has ganado esta batalla...pero no la guerra.

-¿A que te refieres, necio, de que estas hablando? -me preguntó con tono curioso y una pizca de ansiedad.

-¿Recuerdas cuando de niño busqué tanto a mi chica ideal y no la encontré?

-¡Claro! no la encontraste porque yo no quise que así fuera!- me dijo alardeando.

- Pues tienes que saber –le dije- que desarrollé entonces la capacidad de saber ver más allá, de encontrar en cada situación un montón de aspectos positivos, y avivarlos hasta convertirlos en grandes virtudes, así pues, eso haré.

-No termino de entenderte, ¡explícate!

-Tranquila, suerte, no te pongas así; ven, siéntate a mi lado, ponte cómoda. Tomemos un té mientras te cuento mi plan:

 

-Sabiendo que jamás podré abrir los ojos para encontrarla dormida ahí, a mi vera; sabiendo que nunca podré sentir su piel contra mi piel, que serán de otro todo sus delicados labios; sabiendo que nunca vivirá mis buenas luces, y que nunca sufrirá mis malos ratos, me contentaré enormemente con tenerla como amiga. Jamás se me ocurrirá amarla en secreto. Forjaré con ella una amistad de hierro a golpe de martillo. Ya sea lunes o martes, ya sea febrero o marzo, siempre que me necesite, allí estaré. Tampoco me detendrá la distancia; iré hasta Marte si ella me lo pide. Y si como a la princesa de un cuento, la secuestran los piratas y necesita de mí, soltaré la maroma de mi barquito de papel y surcaré los siete mares en su busca, enfrentando maremotos, con fiereza y raza, hasta quedarme sin fuerzas. Y si mi barquito naufraga, dejaré que las mareas me lleven a sus orillas. Y cuando ella tenga ganas, abriré el armario, me pondré guapo, y saldremos de marcha como dos buenos amigos. Bailaremos y beberemos hasta perder el control, y si en ese momento comienzo a sentir mariposillas en el estómago, derramaré más licor en mi gaznate, para marearme y no pensar en ello. Me mantendré al margen de sus relaciones, no me afectarán, seré frío y duro como el duro y frío mármol. Y aunque esté loco por ella, jamás lo notará; marcaré su número, me armaré de valor, y quedaremos a tomar un té. Y si es el caso, con gesto marcial, escucharé lo enamorada que pueda estar, porque eso es lo que hacen los amigos. Bromearemos sobre cláusulas, maridos y mujeres. A su lado desterraré la amargura, e invocaré la alegría. Entenderé cuan maravillosa ha sido mi suerte al haberla conocido, y daré infinitas gracias cada día por tenerla como amiga. No seré tu marioneta, suerte maldita, olvídalo!

 

-Claro, claro...-me dijo la suerte, con un tono de manifiesta ironía- ya veo que prácticamente ni su nombre recuerdas... ¿a quien pretendes engañar? anda, mírala idiota, mírala y llora.

 

 

FIN


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