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La Luna lloraba desconsolada y sus lágrimas se dispersaban en el firmamento como pequeños diamantes de cristal centelleantes.
Abajo, los dos amantes fugaces ardían entrelazando sus cuerpos en el regazo del amor prohibido.
Y arriba la Luna seguía llorando puesto se había enamorado de aquella joven que cantaba sus penas al viento cada noche.
Y abajo el mundo ardía por el calor de esos cuerpos. Y arriba la Luna menguaba para recibir en la madrugada a aquella dama.
Y menguada quedó la Luna dormida, soñando con algún día tocar las mejillas de aquella cantarina.
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