Era cumpleaños de Maya, nuestra amiga y nos invitó a su casa junto a otras cuatro muchachas que nos habíamos vuelto inseparables en esas épocas universitarias. Después de cantar el infaltable Cumpleaños Feliz, Maya sacó una botella de vino de la cosecha de su padre y nos dijo: juguemos Trivial, la que pierde, toma. Nos pareció divertido responder las preguntas que plantea el juego y nos lanzamos a jugar, no sé cuantas preguntas acertaste pero estoy segura que yo no hice honor a mi primer puesto escolar: Me equivoqué en muchas respuestas por lo que mucho también fue el vino que tomé. Nuestro estado era preocupante por lo que decidiste llamar a tu hermano para que nos recogiera. La verdad ninguna de las seis estaba bien, todas habíamos tomado de más pero al parecer yo era la peor.
De camino a mi casa, tu hermano tomó la precaución de comprar algo para el dolor de cabeza que probablemente tendríamos en unas cuantas horas. Estacionó el auto y bajó, mientras se alejaba a la farmacia por primera vez lo miré con atención. Tenía unos cuatro años más que nosotras, no era muy alto pero sí lo suficiente para ser atractivo, tenía hombros fuertes, al igual que tú sus ojos eran grandes y negros. Vestía muy bien, olía mucho mejor y demostraba la misma seguridad que tú. Al verlo regresar una extraña corriente corrió por mi cuerpo, cerré los ojos y respiré. Me sentía muy rara pero tenía que controlarme y lo mejor era estar callada, permanecí así hasta que llegué a mi casa.
Bajé del auto con un poco de dificultad, me despedí de ti, te dije cuídate esa tos pues no habías dejado de toser en todo el camino. Él, caballerosamente, bajó a acompañarme hasta la puerta de mi casa, me preguntó ¿estás bien?, asentí y le agradecí haberme traído. Se acercó a mí y me dio un beso de despedida en la mejilla, cerré los ojos, sentí su colonia, era fina y varonil, la corriente volvió a recorrer mi cuerpo, entré a mi casa apresurada, subí a mi cuarto sin ni siquiera saludar. Ingresé a mi habitación, prendí la lámpara, estaba sola felizmente, mi hermana en aquella época estaba de novia y salía con frecuencia. Al quitarme la ropa casualmente rocé mi vientre desnudo con la mano, sentí algo extraño, pero me atraía esta nueva sensación. Me saqué la blusa y sentí mis pezones duros, me asusté y me puse rápidamente el pijama, pero la corriente seguía a flor de piel. Traté de evitar la sensación pensando en otra cosa, noté que me dolía la cabeza, tenía sed, me puse las pantuflas bajé lentamente a la cocina, en el camino encontré a mis padres viendo televisión, los saludé evitando que me vieran y rápidamente tomé una jarra de agua y la subí a mi habitación.
Sentí frío, me metí a la cama y decidí dormir. Apagué la lámpara pero en la oscuridad la figura de tu hermano apareció, mi mente volaba, lo imaginé sin camisa, tenía un pecho fuerte, la corriente volvió a mi cuerpo y asustada me levanté, miré por la ventana, tomé agua y respiré. Algo andaba mal conmigo, esta sensación no la conocía, todo era nuevo para mí y me asustaba, percibí que estaba caliente, quizá tenía fiebre, quizá me había resfriado y el vino me había chocado. Me tranquilicé.
Me recosté nuevamente pero no podía dormir, mi cabeza era un torbellino, la figura de tu hermano aparecía nuevamente podía sentir su colonia tan varonil. Toqué mi vientre y mi atención volvió a fijarse en mis pezones, estaban duros y erguidos, nunca antes había tenido una sensación así. Dí varias vueltas en la cama sin resultados. Me di por vencida y decidí abandonarme a mis instintos. Acaricié mis senos, me detuve en los pezones y tuve una grata sensación, tu hermano aparecía una y otra vez en mi pensamiento, imaginé su dorso desnudo, su espalda fuerte. Deslicé mi mano por mis muslos yo era un cúmulo de electricidad en ese momento, me estremecía. Hurgué entre mis piernas, sentí como mi mano se mojaba con el líquido que brotaba de mis entrañas, desbordaba de placer tu hermano volvía a mí y me abrazaba . Mientras mi mano izquierda acariciaba mis senos, la derecha hacía su trabajo entre mis piernas, cada fibra de mi piel vibraba al explorarme. Sin pensarlo descubrí un pequeño punto que me hizo estremecer ¡qué delicia!. Volvía tu hermano, sentía su olor, lo imaginaba besándome y mordiendo mis pezones una y otra vez, su olor mi instinto me pedía acelerar el movimiento de mi mano hasta volverse constante y frenético, impulsivamente apreté mis piernas y de un golpe una poderosa sensación cubrió todo mi cuerpo, descargué cientos, miles, millones de cargas eléctricas al unísono y quedé exhausta, jadeante, sudorosa tendida en mi cama y por fin me dormí.
Desperté temprano ¿qué había pasado esa noche?, en mi cabeza sonaba la voz de la Hermana Sofía diciendo: mis niñas, el cuerpo es sagrado, tocarse es pecado mortal. Si lo hacen, se irán al infierno. Pobre Hermana, su niña había pecado y estaba dispuesta a irse al infierno sin ningún remordimiento. Lo único que me inquietaba era pensar cómo sería volver a ver a tu hermano, habíamos tenido una relación sexual y él ni lo imaginaba ¿o quizá si? No importa, yo lo había disfrutado y había descubierto que los hombres pueden servir aún cuando solo estén en el pensamiento. Pasé un buen rato en mi cama repasando mentalmente cada uno de los momentos vividos la noche anterior. Algo había cambiado definitivamente en mí.
Tomé conciencia de la existencia de mi hermana, la busqué con la mirada y me fijé en que dormía profundamente. Me acordé de ti, miré el reloj, decidí llamarte, me contestó tu mamá, estabas dormida porque habías pasado una noche pésima, al parecer eras alérgica y los bronquios se te habían cerrado, tuvieron que llevarte a la clínica y te nebulizaron. Mientras oía la voz de tu madre, me dí cuenta que yo estaba sonriendo, indudablemente algo de satisfacción había en saber que mientras tú padecías, yo disfrutaba como nunca antes en mi vida. Brindé con lo que encontré a mano, un vaso agua y me dije: Esto se tendrá que repetir. ¡Si me iré al infierno por pecadora, pecaré mil veces más!
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