Mira, una pelota. ¿Qué podemos hacer con ella? Hagámosla rodar, o mejor, desenrollémosla lentamente hasta que se convierta en una autopista. Pero entonces dejaría de ser una pelota, perdería su esencia, se moriría. ¿Y qué importa? Sólo es una pelota, no tiene sentimientos, no sabe lo que quiere, ni si quiera se daría cuenta del cambio. ¿Significa eso que no tiene esencia? ¿Pero qué es la esencia? Es algo estúpido, la esencia no existe, es como afirmar que existe Dios o el destino. ¿Pero acaso somos nosotros más reales que esas cosas? Vivimos y creamos ideas y pensamos que esas ideas están por debajo de nosotros porque al contrario de nosotros las ideas no existen. Pero esto también es algo estúpido porque, ¿qué somos sino un conjunto de ideas que se van transformando y deformando con los años? Somos muchas cosas, no sólo ideas, aunque en determinadas ocasiones esas ideas se vuelven tan borrosas que incluso nuestra apariencia parece disolverse en el entorno. ¡La pelota! Nos habíamos olvidado de ella. ¿Qué hacemos con ella? Opto por usarla de cubierto, por ver una película en ella, por bebérmela en toda su solidez, por usarla para todo lo que se supone que no debe ser usada. Y entonces y sólo entonces comprenderá la pelota cómo me siento ahora mismo, fingiendo ser otra cosa de lo que soy en realidad, nada.
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