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El universo está lleno de estampas representativas, en diferentes porcentajes, de lo que es y alberga en sí, es decir, de cuanto supone. De hecho, hay multitud de panorámicas en nuestro entorno: éstas se ven caracterizadas en función de lo retratado, del eje de la cámara, de la perspectiva, de las dimensiones, así como por los colores captados, por la luz, por las voluntades, por lo pensado acerca de ellas, por su espontaneidad o bien por lo que calculamos… Hemos de tener en cuenta, igualmente, factores como el azar, sin olvidar las premisas y los filtros de los otros, que manejan una óptica propia, y siempre con la determinación del presente, del pasado, o en relación a lo que aguardamos en el futuro, quizá con el empuje de lo que ya está escrito en alguna parte…

La existencia, por lo tanto, es una secuencia de fotos o de grabaciones en video o en otro soporte, por seguir con esta figuración, donde la calidad y la cantidad la ponemos un poco entre todos, entre los emisores y los receptores, y teniendo en cuenta en todo instante que la conexión entre los dos extremos del proceso comunicativo es básica para que se entienda lo que se quiere reflejar en cada instantánea. Da un poco de vértigo pensar en ello. Puede que por eso no lo hacemos.

Por otro lado, las fotos que percibimos o que desciframos tienen reflejos, ecos sugerentes, entusiasmos, tristezas, así como fines comunes o particulares: se trata de un sinfín de objetivos que hemos de conocer y de interpretar. Precisamos tiempo para saber lo que sucede en nuestro entorno. Los retratos de nuestro alrededor ofrecen sentimientos, razones, gozos con penumbras y correcciones, además de desventajas y problemas, que somos capaces de superar, si los divisamos oportunamente y vamos hacia delante sin complejos.

Aunque el silencio no es rentable, tenemos necesidad de otear el día a día con quietud, con mesura, cediendo espacios y talento hasta donde pueda ser. Hay que ser generosos si queremos conocer. La cesión de posturas es muy comunicativa, si procuramos empatizar y entender y que nos comprendan al tiempo. En paralelo, hemos de conformar la realidad desde la creencia en nosotros mismos, facilitando las opciones a medio plazo.

Si buscamos el provecho del aprendizaje, debemos interactuar también con los episodios que gráficamente quedan en nuestra historia, de la que hemos de sacar el máximo beneficio. Analicemos, pues, en el uso de los diversos lenguajes, los gestos, los diversos códigos, las distancias empleadas, desde una inteligencia emocional que desgrane el interés puntual y por igual el más duradero. La intuición y el contraste de pareceres juegan aquí una partida crucial.

Es bueno que sepamos valorar si hay superficialidad o profundidad en los protagonistas y en los paisajes que vamos acumulando a través de los argumentos que se presentan en esas imágenes cotidianas con las que convivimos expresa o casualmente. A menudo a ese discernimiento contribuye la exposición de todos los datos de lo experimentado, esto es, para poder acercarnos a un acontecimiento hemos de tener un contexto claro. Eso conlleva un quehacer previo cargado de voluntad.

Indagar

En consecuencia, indaguemos con diáfana transparencia en todo cuanto hallemos en las fotos de cada jornada. Encontraremos perfumes y docencias que nos permitirán transformaciones que, si hacemos desde la ilusión y una óptima intención, siempre serán para fermentar aspectos saludables. La existencia es una superposición de capas que hemos de habituarnos a colocar y luego buscar para aprovecharlas en cuestiones leves y también en las relevantes.

La historia está llena de intenciones, pero sobre todo de hechos, de los que hemos de aprender. Las imágenes valen más que muchas palabras, y en los eventos que reflejan debemos toparnos con las peculiaridades de lo cotidiano, con lo que verdaderamente es. Nos hemos de preguntar, ahondando en los aspectos gráficos, si merece la pena cuanto hacemos, o si hemos de mudar en pro una verdad que nos satisfaga y nos equilibre.

Es verdad que para desmenuzar una foto necesitamos tranquilidad, al tiempo que hemos de atender las peticiones y los comentarios de los protagonistas, sobre todo de aquellos que no hablan para embaucar sino para opinar desde el corazón, siendo genuinos y humanos.

Aunque a veces nos parezca lo contrario, la mayor parte de las fotos de nuestras vidas las decidimos nosotros. Puede que el paisaje y muchas de sus circunstancias no, pero sí sus tonos, sus coloridos, sus gracias, sus encajes, sus pálpitos, sus acompañantes, así como el tiempo de las risas y de las lágrimas, el momento del Sol y de la Luna, los rayos que vislumbramos, las estimaciones logradas… Indudablemente, el balance de blancos y de negros lo podemos ajustar nosotros. Quizá lo ideal es ir paso a paso, si no tenemos el hábito de interpretar las secuencias de nuestras existencias: el consejo es fomentar el tiempo suficiente para escrutarlas. Puede que descubramos algo que desconocemos de nosotros mismos. Las fotografías, a veces, sorprenden.

Juan TOMÁS FRUTOS.


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