Caza al alba

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En el año 2125 del mundo era un caos. Unas décadas atrás, la avaricia de los gobiernos por mejorar el ADN humano extendió un virus que casi destruye la raza humana.

El virus que era inyectado a fetos humanos, modificaba su ADN y le aportaba rasgos animales preseleccionados. Se intentaban crear armas de matar humanas para combatir en una gran guerra y así hacerse con el poder mundial.

Este conocido como Animal, era altamente contagioso en sus primeras versiones y muy peligroso para las personas adultas. Las mutaciones en las personas infectadas eran incontrolables, creándose extraños especímenes en procesos muy dolorosos, a los que la mayoría no sobrevivía.

Un par de viales de las primeras pruebas del virus fueron robados y el caos se desató a escala mundial, destruyendo el mundo tal y como se conocía.

Las revueltas y el malestar social crecía y cientos de personas morían todos los días a causa del virus. Los gobiernos de todo el mundo fueron revocados y la anarquía tomo las calles.

Con el paso del tiempo la humanidad, o lo que quedaba de ella, intento buscar un futuro. Dos grandes grupos de poder fueron creados, los buenos y los malos, la luz y la oscuridad, los Kalamitas y los Ajimatistas.

Por mucho que se intentasen diferenciar, en sus entrañas los dos buscaban lo mismo, gobernar y utilizar a su antojo a los pocos humanos que quedaban, a los feras, aquellos humanos mutados después de nacer y en especial a los therions.

Los therions eran aquello que los investigadores habían estado buscando, era una nueva raza en la que se unía la humanidad a rasgos animales perfectos que los convertían en poderosos, letales y temibles, pero que por desgracia eran tan pocos que eran perseguidos y utilizados con crueldad.

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El viento la golpeaba con fuerza y tenía el cuerpo agarrotado. A penas visualizaba por donde transcurría el camino y la moto vibraba en exceso bajo su cuerpo. Aun se sorprendía de que aquella chatarra siguiese funcionando.

Aunque sabía que era peligroso refugiarse fuera de las zonas habitadas no tenía miedo a los carroñeros que habitaban y desbalijaban las ruinas y caminos.

Cuando vislumbró una pequeña casa que parecía conservar en buen estado parte de su estructura, se bajó y escondió entre matorrales y un árbol caído su única pertenencia importante.

A los carroñeros no les interesaba la madera y cuando llegase alguien en busca de leña, pensaba estar muy lejos de ese lugar.

 Entró en la casa sin hacer ruido y la inspeccionó hasta estar segura de que no estaba habitada por más seres que ratas y demás animales pequeños. La parte trasera estaba destruida pero su fuerte estructura no se derrumbaría esa noche.

Buscó un hueco donde esconderse por si tenía visita esa noche. En lo que antiguamente había sido un armario y creó su fuerte y se dispuso a descansar.

Un ruido estridente la despertó. Alguien estaba en la casa y estaba dispuesto a romperlo todo. No debía de ponerse nerviosa. Cerró los ojos y escuchó. Había dos personas en la casa, seguramente hombres, y uno arrastraba los pies de una forma muy molesta. Fuera al menos había otra persona y contaban con ayuda animal.

-          ¡Joder! Odio a los putos chuchos. – se reprendió a si misma por haber alzado la voz, pero estaba muy molesta. Despertarla en medio de la noche no era una buena idea y menos si venían acompañados de perros pulgosos.

Suponía que se habían percatado de su presencia y se preparó para que la encontraran. La única puerta que aun sobrevivía del armario voló dejándola al descubierto, mientras que ella aprovechó y le asestó al hombre una fuerte patada en la cara.

-          Me cago en la… ¡Me ha roto la nariz tío¡

Cogió su mochila y echó a correr mientras su víctima seguía en el suelo. Cuando salió al pasillo algo la golpeo por la espalda y se derrumbó. La levantó por los pelos y la apresó entre sus brazos con tal fuerza que pensó que la partiría en dos. Este era fera, puesto que poseía un brazo completamente humano y otro sumamente peludo.

-          ¡Oye tú! Despojo de oso mutante, suéltame o te pegaré tan paliza que irás llorando como un bebe a los brazos de tu madre, capullo. – este la apretó con más fuerza mientras el otro se acercaba y supo que tenía que actuar rápidamente.

Mordió con fuerza el brazo del fera y cuando este la soltó se dio media vuelta y le clavó las uñas en el cuello. La sangre comenzó a salir a borbotones y el tío se desplomó.

-          Oh no… tu eres… tu eres… – él la había visto. Sabía lo que era. No podía dejar cabos sueltos. – No por favor, no me mates.

Mientras el resto del grupo entraba en la casa y soltaban a los perros, se acercó al humano que reculaba cada vez más. Veía el miedo en sus ojos. Veía su ansiedad, pero debía de hacerlo o la descubrirían. Sacó un cuchillo de la bota y le cortó el cuello.

Cuando los perros la alcanzaron saltó por la ventana y se montó en una de las motos de esos tipos, de todas formas ya no la necesitarían. Arrancó y huyó tan rápido como le fue posible.


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