Café amargo.

...un tiempo después de nuestro primer encuentro conseguí averiguar donde vivía. Fuí allí y esperé. Le conseguí ver una hora después de mi llegada. En otras circunstancias fingiría haberme tropezado con él y entablar una charla amistosa pero esta vez iba acompañado. Ella era alta y morena de andares muy seguros y sonrisa brillante... una diosa. Por eso me quedé en el coche, hundiendome en el asiento para evitar que me vieran. Al llegar al portal se besaron, no era un beso normal de una pareja que tiene una relación normal de años, fue un beso profundo e interminable, de esos que, no solo besas con la boca sino que además lo acompaña el resto del cuerpo. De esos besos que hacen que  los amantes se fundan y emanen una energía tal que la sientas desde lejos. Fue un beso exibicionista y pornográfico, una muestra de que no les importaba nada más que ellos mismos, unos minutos de desconexión del mundo para sumergirse en sus propios fluidos. Esos besos que no están acompañados de rutina y conformismo... Cuando se separaron se miraron a los ojos con expresión seria, casi formal, desafiante. Se tomaron de la mano y ella lo llevó dentro. La puerta se cerró como un mensaje de prohibido el paso y yo me quedé mirandola e intentando convencerme de que eso no significó nada... Pasaron unos minutos antes de recobrar el sentido de la realidad, me giré hacia el volante y arranqué el coche. Encendí la radio y puse una emisora donde hablaran de cualquier banalidad que me distrajera. Y ahí acabó todo. Al día siguiente lo volví a ver, radiante, exultante. La cafetería estaba llena de gente así que no podía ver como lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. Miré mi taza de café y le eché azucar.