Me enamore del silencio. Del Buenos Aires en penumbras, de los rascacielos que se incendiaban solos, de la naturaleza que buscaba vida en los huecos de las calles. Del silencio. Del Buenos Aires gris. De la triste y modesta plaza de mayo, de una casa rosada que ya no era rosa. De Lavalle, del silencio erótico entre los personajes. De los gemidos apasionados, de sus rostros desfigurados. Del encanto de la soledad. De los fantasmas que cubrieron a la ciudad.
De los chicos que aun juegan en la terraza en calzoncillos, de la mujer que tiende su ropa en la lluvia. Del los edificios color pastel que se mezclan con el gris.
Me enamore de lo poco que quedaba y podía disfrutar. De los tunes del subte vacios, sin vida. De los vagones oxidados, olvidados uniéndose vencidos a su nuevo paisaje. De los rostros pálidos enojados con la vida, de los cientos de caminantes que se duelen con su ciudad.
De los gritos de desesperación que ya no dejan dormir. De los fantasmas que interrumpen la tranquilidad del sonido. Del silencio.
Del sol que se encone tímidamente por las paredes, deseoso que lo atrape y no puedo. De mi chaleco que me cubre del frio de un antiguo verano. De los fantasmas blancos que llegan entregándome calme en jeringas. Del silencio.
El deseo ferviente de saltar, del vidrio roto y sus cristales. La tendencia de mirar atrás pidiendo ayuda, de los gritos de los que están abajo.
De la fría calidez del viento en mi cara y mi Buenos Aires gris que me saluda. La sonrisa que dibuja mi rostro contra el suelo. La lluvia que abraza mi cuerpo. Y el silencio.
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