El poder del desamor

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Dicen que un flechazo solo dura cuatro meses, que si supera esto ya estás enamorado. Pero… ¿Y si estos más de cuatro meses se convierten en dos años de completo infierno? ¿Qué quiere decir eso?

En mi opinión, el amor sin sufrimiento no es amor. Tampoco hay que exagerar y llegar a ser un enamorado en un “nuevo Romanticismo” con un amor pasional comparable al que describían Bécquer y compañía. Pero sí que hay que sufrir un poco para amar de verdad.

Tengo la teoría que en toda chica hay un chico que siempre está y va a estar en su corazón. En mi caso, este chico es mi primer gran amor. Sé que con tan poca vida como puede haberme dado la casi alcanzada mayoría de edad es difícil tener un gran amor, pero en mi caso eso se convierte en una realidad.

Este chico del que hablo no es el típico guaperas que lleva a medio barrio detrás, no es el típico que viste como un modelo o que es tan simpático y buen chico con la gente que enamora con su interior. En realidad, es todo lo contrario, pero aun así se hace querer. Ya puede ser todo lo perverso, manipulador y dañino que quiera que la gente va a seguir siendo su amigo y, como en mi caso, queriéndole.

Fechando el día de hoy como 12 de enero de 2014, toda esta historia de amor y desamor empezó en octubre de 2011.

Como mucha gente, incluida yo, piensa, no hay nada malo en hablar con gente medianamente conocida por chat. Así empecé yo, con inocentes conversaciones nocturnas que se fueron convirtiendo en intensas conversaciones diurnas, “semanurnas” e incluso “mesurnas”. Poco a poco ese medianamente conocido se fue convirtiendo en un indispensable en mi vida hasta que, en febrero de 2012, la supuesta maravillosa historia de amor empezó. Esta historia con un principio normal se convirtió en una pesadilla para mí. Y es que aun queriéndole con toda mi alma, lo que sufría no me compensaba, tanto ir detrás i tragarme el orgullo acabo por cansarme. Tras cuatro meses de verdaderos altibajos decidí que mi vida no podía basarse solo en el sufrimiento y que acostarse llorando cada día no era bueno para mí. Fue así como en una cena de gala, a la que asistí con mis padres y a la que él también estaba invitado junto a algunos de nuestros amigos en común, decidí acabar con todo esto. Esperé al brindis y justo después le pedí hablar. Lo que yo no me imaginaba era que eso no sería el fin, sino que este mismo instante y esa misma conversación que implicaba el fin en nuestra relación iba a convertirse en el inicio de algo mucho peor que el amor: el desamor.

El verano se convirtió para mí en un campamento de olvido y aislamiento de la sociedad que me esperaba en Barcelona para así poder rehacer mi vida fuera de los hilos de aquel chico. Al llegar septiembre, convencida de que estaba todo olvidado y aparcado, mis amigas me pidieron explicaciones. Fue entonces cuando me di cuenta de que nada estaba aparcado ni guardado en una caja al fondo del armario, sino que seguía enamorada de aquel chico, y si, estaba enamorada. Pasarme el verano intentando olvidar consiguió que pensara aún más en él y eso había provocado que mi vida se basara en intentar reconquistarle. Claro está que yo sabía lo que era estar con él y tenía claro que por aquello no quería volver a pasar. Fue así como empezaron mis meses de pura confusión. Y mientras yo me preguntaba a mí misma lo que realmente quiera, él no perdía el tiempo. En enero de 2013 me enteré que estaba saliendo con otra chica, una chica que había causado muchos problemas en mi pasada relación, podría decirse que era mi archienemiga. Esa noticia me destrozó por dentro. Aun así, supongo que tarde o temprano hubiera superado todo aquello si no fuera por lo que pasó durante las vacaciones de primavera.

A principios de vacaciones nos fuimos con unos amigos a una casa rural a pasar unos días. Todo iba genial hasta que volvimos a tontear. Yo, obviamente encantada, no pensé en las consecuencias que podía tener aquello, no pensé en que él tenía novia y en que, supuestamente, estaba enamoradísimo de ella. Solo llegar la noche todos nuestros compañeros se dieron cuenta de que aquello no era un simple tonteo, sino que estábamos haciendo lo mismo que cuando aún no habíamos ni siquiera salido y que era muy peligroso seguir así. Ambos fuimos advertidos de todo lo que podía comportar el tonteo y en que podía acabar la situación pero, como si todo nos diera igual, no hicimos caso a nadie. Estábamos en una casa rural en medio de la montaña, ¿Qué podía pasar? Y si pasaba algo, que permaneciera allí para siempre y ya está.

Esa misma noche todo el tonteo pasó a otro nivel. Como si el significado fuera en vano, me dijo te quiero. Como si no hubiera consecuencias ni ilusiones falsas detrás, me dijo te amo. Como si nada fuera a cambiar y simplemente eso quedara entre él y yo tras Semana Santa, se acostó en mi cama y cual novio me abrazó hasta quedarnos dormidos. Eso sí, al volver, nada de lo ocurrido podía saberse. Todo eso provocó un huracán sentimental en mi interior.

Tras un año de la ruptura y después de aquella extraña semana en la montaña seguía sintiendo lo mismo por él, la diferencia es que él ya estaba comprometido con otra chica y yo seguía esperando el momento en el que se diera cuenta de que aún me tenía. Llevaba dos años comiendo de su mano, él lo sabía. Llevaba dos años queriéndolo con toda mi alma, él lo sabía. Llevaba dos años siendo una ingenua y no aceptando realidades, él lo sabía. Llevaba dos años siendo el hazmerreír  del barrio por tonta e ilusa, él lo sabía. Llevaba dos años pensando que él me quería tanto como yo lo quería a él y, por supuesto, él lo sabía.

Por lo visto, no era la única que comía de su mano. Su novia, al enterarse de todo lo ocurrido en Semana Santa, hizo como si nada y le perdonó. Al enterarme, el huracán que había en mi interior paró en seco, toda esperanza de volver con aquel chico se desvaneció. No podía competir con una chica que le perdonaba todos los errores, siendo yo la chica con la que se discutía día sí día también.

Por aquel entonces no sabía lo peligroso que era el desamor. El hecho de sentirme rechazada del todo, de que ni una pizca de esperanza quedara en mi interior hizo que me sintiera con el corazón roto.

Un par de semanas después caí en depresión.

Hasta entonces no sabía lo poderoso que era el desamor. Estuve tres meses sin salir de casa en mi tiempo libre. Solo pisaba la calle para ir al instituto. Pasaba las horas en mi cuarto, metida en la cama con el ordenador. Fue entonces cuando empecé a escribir.


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