Encuentros prometedores

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Al final de cada día siempre es aconsejable que dediquemos unos minutos, un tiempo, el que podamos, a reflexionar sobre lo vivido, acerca de nuestras costumbres, sobre las opciones de presente y de futuro en las que nos movemos. En ese análisis, si lo hacemos con coraje y bravura, podemos hallar caminos para la transformación, para el cambio en positivo.

La historia pasa muy deprisa. Siempre decimos que el ritmo es demasiado trepidante. Lo es, pero no deja de ser un tópico: a menudo desaprovechamos ocasiones, etapas, instantes, segundos, que valen toda una vida, y luego decimos, siempre lo decimos, que nos falta ese trecho esencial para dar con lo que perseguimos.

Sería deseable aprender de la experiencia, de la propia y de la ajena, pero no siempre sucede de este modo. Incluso, como sabemos, tropezamos varias veces en la misma piedra al no sacarle partido a ciertas oportunidades. No obstante, no es cuestión de agobiarse, que hoy, precisamente, es un día muy saludable para hacer propósitos de enmienda y para encomendarnos a los buenos hados, que los hay, y con los que debemos contribuir para que todo marche sobre ruedas.

Hemos de progresar. La existencia, indudablemente, está colmada de frutos de esperanza y de fe, de posibles encuentros con personas y en circunstancias que nos pueden mudar las perspectivas y también las intenciones con las que deambulamos. Las citas, previstas o no, cerradas o no, nos ofertan nuevos conocimientos, saberes de primera mano o curtidos por unos capítulos donde demasiadas cosas se repiten.

Improvisar, arriesgar, exponernos al éxito y al fracaso es una renovación que nos puede ubicar en un estadio de sorpresa en pos de la dicha que todos decimos pretender, pero a menudo falta para ello la suficiente convicción. El discurrir cotidiano no puede ser una suma de tentativas o de promesas: necesitamos hechos, eventos con más o menos fortuna que nos hagan mejores personas, aprendiendo incluso de los errores.

Los avances societarios se dan a partir de la observación, que nos ha de proporcionar adelantos sustanciales. No malgastemos los años en realizar sin pensar, en permitir que nos lleve el río de lo rutinario. No es malo que sea así, pero en ciertos intervalos de la senda hemos de manejar las riendas. No importa que no salgan las cuestiones como queremos: lo interesante es intentarlo, esto es, vivir en definitiva.

Cada estadio es un paso, consciente o no, hacia alguna parte. Lo ideal es que conozcamos dónde nos porta, o, cuando menos, hacia dónde anhelamos dirigirnos. Ganamos de esta guisa. Por eso debemos otorgarnos algunos instantes a conocernos y a ver si somos oportunamente joviales con lo que llevamos a cabo. Al amanecer, aunque duelan, deberíamos formularnos algunas preguntas, y, por supuesto, actuar en función de las respuestas.

De vez en cuando hay que afrontar posibles pérdidas con el fin de obtener réditos inmateriales de dicha: para esa actitud, que ha de superar el miedo a la transformación, necesitamos mucha pasión. Con ella debemos comenzar la jornada, otro buen día, el nuestro, el elucubrado, el compartido desde la confianza de que el mundo puede fructificar, siempre, claro está, empezando por nosotros mismos. Buscar encuentros con lo sencillo, con lo sorprendente, con lo flamante, con lo renovado, es el itinerario más resolutivo y prometedor. En realidad, como subrayaba John Lennon, "todo lo que necesitamos es amor". Tengamos presente que, para recoger, primero hay que plantar.

Juan Tomás Frutos.


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