El paisaje no era lo más vistoso del mundo pero el sol caía y el cielo se teñía de una variedad de colores rosados que mi ya cansada vista agradecía, después de tanto castigo para mis córneas por parte de nuestro astro dorado.
Los kilómetros iban pasando rápido, mi coche se iba comiendo los metros de la carretera. Sin un destino fijo, tan solo huyendo de mi pasado. De aquel hombre que fue capaz de doblegarme y someterme a su voluntad. No era nadie, me sentía aislada, sola, controlada, no era yo misma.
¿Lo habría matado con aquel golpe?, se repetían en mi cabeza una y otra vez las escenas de aquella obra trágica. Sus abusos habían llegado a colmar mi vaso y tuve que defenderme, no podía tolerarlo más.
Mientras se entretenía en meter sus dedos sucios de manera bestial dentro de mi vagina, controlé aquel dolor que ya era casi rutinario para mí y con mi única mano libre cogí la lámpara de hierro forjado que había sobre la mesita y le golpeé con todas mis fuerzas. Él no se lo esperaba y como un cobarde se protegió con las manos soltando bruscamente mi cuerpo y desgarrando mi interior. La rabia me controlaba y no paré de golpearle hasta que ya no escuché ningún ruido.
Entonces con la lámpara todavía en alto, el silencio reinó. Tan solo mi respiración agitada se escuchaba en aquella habitación.
Se adueñó de mi un sentimiento de miedo y me quedé paralizada externamente, pero mi mente, cual torbellino, no paraba buscando una solución.
Era justo que sufriera como yo lo había hecho, lentamente, pero sometida a aquellos abusos durante tanto tiempo habían mermado mi personalidad haciéndome una mujer temerosa, insegura y desequilibrada, lo que hizo que la ira me poseyera y me defendiera tan agresivamente.
Después de tanto pensamiento frustrante sin encontrar cómo salir de aquella situación, tomé la decisión de huir como una cobarde.
Ya no sabía que era un sexo normal, mis experiencias anteriores se habían borrado de mi mente. Me reconocía como una sumisa, que aguantaba las humillaciones y depravaciones que aquel hombre realizaba sin medida.
En aquellas sesiones mancillaba mi cuerpo con utensilios enormes que provocaban un dolor extremo sobre mis carnes. Me sodomizaba con su propio miembro y a veces con un vibrador al mismo tiempo produciendo laceraciones y desgarros en mi vagina y ano. Sin piedad, sin escrúpulos, sin control, golpeaba mi piel con fustas y látigos hasta levantar ampollas y heridas.
No había palabra de complicidad, había pérdida de consciencia y ahí paraba todo. Ya no es divertido si la víctima no sufre conscientemente.
La noche llegó y el cielo se oscureció, encendí las luces y continué por aquella carretera infinita. Sin rumbo.
El cansancio me vencía, los párpados bajaban cual persianas y subirlos era duro. Decidí que mi vida valía más que nada y que debía descansar. En la siguiente población buscaría algún hotel o lugar para dormir unas horas.
También tenía que repostar, el depósito era grande pero no infinito.
Unos kilómetros más allá apareció un motel de carretera que no tenía muy mala pinta, había muchos camiones en el aparcamiento y deduje que era un buen sitio.
Entré en el bar, donde el murmullo con una tele de fondo se hizo sordo. Todas las miradas se giraron hacia mí, creándome una inseguridad y paralizándome. Hice acopio de fuerzas y continué mi camino en dirección hacia la barra donde se encontraba una mujer de mediana edad con cara de pocos amigos.
Le pregunté si tenía una habitación libre para esa noche, su respuesta fue afirmativa. Pagué por adelantado en efectivo y apuntó a mano mis datos en un cuaderno. Podría haberme inventado el nombre o el DNI porque en ningún momento me pidió ningún tipo de documentación.
Salí del bar dejando atrás un ajetreo hormonal provocado por mis pantalones cortos. Por un momento me hizo sentir sexy. Avancé unos metros y subí unas escaleras metálicas que provocaban un sonido atronador en cada paso que daba.
Al llegar a la primera planta leí un cartel indicativo de las habitaciones que había a la derecha y a la izquierda. La mía estaba por el pasillo de la derecha, la 112. Caminé unos pasos y llegué. Saqué del bolsillo aquella llave con un llavero metálico que pesaba un quintal e indicaba el número de la habitación. La introduje en la ranura y giré según las agujas del reloj. Saqué la llave y empujé la puerta quedándome en el dintel expectante. Se rompió la oscuridad de la habitación con mi llegada. Millones de minúsculas partículas de polvo flotaban llenando los haces de luz. Como si nevara dentro de aquella habitación.
Pulsé el interruptor rompiendo aquella estampa navideña. Una cama de matrimonio, dos mesillas de noche, una cómoda y una silla era toda la composición mobiliaria de aquella habitación impersonal. De madera oscura, sapelli, con cortinas y colcha a juego de color verde. Lamparitas con estampado de flores sobre el mismo verde. Parecía limpio aunque olía a una mezcla de lejía y tabaco, dando sensación de poco ventilado o de si hablaran aquellas pareces la de historias que tendrían por contar.
Dejé mis cosas sobre la silla y me aseé en el baño un poco, estaba tan cansada que la ducha tendría que esperar al día siguiente. Retiré con un poco de escrúpulo la colcha verde dejando a la vista unas sábanas muy blancas. Me dio sensación de higiene y me invitó a entrar en aquella cama.
Raspaban un poco pero me acomodé el cuerpo hasta que desapareció esa sensación. Tumbada boca arriba con piernas y brazos extendidos en cruz, relajé mi cuerpo y mi mente, dejándome llevar por el sueño, o por la muerte, lo que primero llegara, pues mi cansancio era tal que no me importaba.
A mi mente llegó la primera vez tonteando con aquel juego sexual un poco más duro, mi inexperiencia pero a la vez excitación que provocaba ese peligroso escenario donde me iban a dominar. Alguien iba a obligarme a hacer cosas sexuales que en el fondo de mi ser deseaba hacer. Quería complacerle, quería seducirle, conquistarlo dándole todo aquello que él me pedía. Tenía miedo, pero ese miedo provocaba en mí una excitación tal que me llevaba casi al orgasmo sólo con mi imaginación. Atada boca abajo, con las piernas separadas y encadenadas a los barrotes de aquella cama del infierno. Húmeda y deseosa de que me penetraran por cualquiera de mis orificios.
Sentí el golpe seco de una mano dura contra mi cuerpo. Abrí los ojos de pronto y allí estaba él, tapando mi boca y sujetándome fuertemente. Me excité y mi flujo corrió por entre mis muslos. No podía mirarle a los ojos, como una buena sumisa, pero lo hice provocándole.
Pero vi claramente que por su cara caían gotas de sangre que venían de la cabeza. Ese iba a ser mi último juego sexual, iba a morir y aquel pensamiento me hizo correr.
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