El hedor a desesperación estaba completandome cuando por fín las puertas de piedra se abireron y dejaron entrar un rastro maléfico de luz diurna. En el calabozo eramos 7 hombres sustraidos de nuestras vidas por no pertenecer a su llamado "Cristianismo". ¿Qué podíamos hacer nosotros? Si solo sus opiniones eran las verdaderas..
Uno de los soldados plateados entró con su espada en manos y nos golpeó en la cabeza a cada uno, pero ni siquiera pudímos mirarlo. Nos dió la señar de salir y obedecímos como perros moribundos, cosa mas cercana a lo que significábamos para ellos. Pero no comprendí nunca! Su salvador aparentemente había dado su vida por la humanidad como acto de amor, y sus fieles ahora masacraban a indefensos como yo. Mas bien una hipocresía que una religión.
Los 7, aunque no nos conocíamos, ibamos en fila tomados de las manos en un acto de esperanza temiendo lo peor, por algo que no sabíamos.. Algo que no nos pertenecía. Nos guiaron por interminables pasillos de piedra negra verdosa que igualaba a las catacumbas mi gran Bergen, nadie las conocía como yo. ¿Pero qué importaba eso ahora?.
Nuestro camino finalizo de una vez frente a una gran puerta de madera agrietada por los años y el tiempo. Tiempo era la cosa que mas deseaba ahora, tiempo para prolongar mi desdichada vida. Otros soldados de plata aparecieron como fantasmas desde las sombras y abrieron la puerta lenta y tormentosamente.
Del otro lado era de día, había una gran horca con tres sogas tan imponentes que comencé a desear el llanto, pero permanecí fuerte, al igual que cuando fuí torturado, solo pensaba en mi esposa e hijos. Pero esta vez costaba mas trabajo, ni siquiera eso importaba ya.
Los soldados de plata nos empujaron con fuerza bruta hacia el otro lado y pude ver mejor. Había una multitud a los costados y un verdugo que venía con paso lento, como disfrutando de lo que ocurriría a continuación.
Tres de los siete fueron colocados en posición mientras los cuatro restantes esperabamos a un lado. Un soldado desarmado se acercó y dijo:
- Estos tres desafiaron a Dios con herejia, por lo tanto se los condena a ser colgados. - Luego dirigió su mirada hacia ellos y les aclaró - Que Dios se apiade de sus almas, herejes.- Dicho lo dicho, el verdugo accionó la palanca de la muerte.
Otros tres fueron sentenciados con la misma erronea acusación y dados de muerte por una hipocrecía que se erradicaba más y más.
Era mi turno, mis últimos segundos en esta vida que viví siendo siempre honesto y fiel, una vida que se me fue arrebatada por un dios lleno de amor.. El verdugo que solo dejaba a la vista sus ojos llenos de odio, colocó la soga alrededor de mi cuello y la apretó dejandome apenas la entrada de aire a mi cuerpo golpeado sin piedad. Vi a cada persona allí presente tratando de distraer mi mente que no tenía idea de hacia donde correr, sus caras estaban llenas de odio.. ¿Cómo? Me daban miedo, mas que el verdugo, mas que la soga. Realmente prefería morir a seguir viendo sus caras amenazantes y prejuiciosas.
- Esperemos que Dios se apiade de esta alma perdida también - Dijo el soldado desarmado mientras me miraba directo a los ojos.-
- ¿Su dios permite esto? Un dios lleno de amor y misericordia como dicen ustedes, ¿Permite realmente estos actos de crueldad? Quiero que todos me escuchen antes de morir, lo hare con una sonrisa en mi rostro, porque seguiré fiel a mi fé en la otra vida junto a Odin, donde viviré eternamente esperando que toda esta hipocresía termine.- Pude constestar con el poco aire que tenía, realmente me sentía bien. La otra vida me esperaba, y los rostros de sorpresa frente a mi me dieron tranquilidad, la que use para cerrar mis ojos al fin, aunque hubiera preferido poder cerrar mis oidos así el sonido de la palanca no me quitase parte de ella.
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