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La dejó marcharse, pero no sin antes decirle que se arrepentiría eternamente de su decisión.
Nadie la amaría más que ella, pero también entendía que era ley de vida. Su hija ya tenía los cincuenta años y era hora de independizarse.
¿Sabría valerse por sí misma? La pregunta valía para las dos, tanto para la madre como para la hija.
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