PERROS SABIOS

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Hoy Marta ha venido a trabajar a la oficina como siempre, preciosa. Esta mujer con sus cincuenta años y un par más, sigue siendo una mujer deseada y admirada.

Voy a tener la suerte de verla un día más, con su falda negra, ni exageradamente corta, ni recatadamente larga, en la justa medida que hace y logra que mi sentido de la vista con mis ojos sigan sus piernas bien torneadas duras y tersas, son como dos columnas de mármol para guardar y cerrar la entrada de mi vista en su templo.

Trae una blusa en dos colores, blanco y gris marengo, con un escote que me enseña un canal tan sugerente y sensual, provoca que muchos clientes masculinos y también compañeros de la oficina, hagamos esfuerzos y gestos bastante ridículos con la cabeza, intentamos enfilar con nuestra mirada desde el principio del canal, entre sus dos blancos senos y consigue  que todos nosotros soñemos y también imaginemos que  vamos a llegar al final del canal, hasta el ombligo o  quizás…....

hasta donde soy capaz de soñar.

Son las doce del mediodía, es la media hora que tenemos en la empresa para relax; es el tiempo del cigarrillo para los que fuman y del café, para todos.

Entramos en la cafetería, tenemos la suerte que está a pocos pasos de la oficina y el café que nos prepara José es delicioso.

En el camino y ya dentro de la misma, el tema de conversación es la vanidad, yo sostengo que en el fondo todos los seres somos vanidosos. Cuando nos levantamos por la mañana ¿quién no va a saludarse a si mismo en el espejo? podemos tardar unos mas, y otros menos, pero el ser vanidoso es natural y según cumplimos años la vanidad aumenta.

En este soliloquio sobre la vanidad no me he dado cuenta que nos hemos quedado Marta y yo solos, se han marchado nuestros compañeros de trabajo, intento alegrarla y distraerla para ampliar el tiempo y así poder disfrutar en soledad de la compañía de esta mujer, madura y hermosa.

Marta en su réplica habla y descubro que está llena de temores y de complejos.

No voy a relatar sus miedos ni complejos, pero yo la ánimo y aliento y me aprovecho para poder tocarla, acariciarla y achucharla entre mis brazos, después de tantos años trabajando juntos, ella me permite estas confianzas, y yo sufro por que estas licencias son como su compañero de trabajo, eso creo yo, o no,   ¡Dios que dilema!

De vuelta a la oficina con la misma conversación, sigo hipnotizado por esta mujer, su perfume, su voz, su cuerpo, todo su ser.

Marta exclama, ¿Has visto eso?

¡Que! respondo yo.

¡Ese perro me ha guiñado el ojo! Dice Mata con cara de sorprendida.

No me había dado cuenta del animal que estaba en nuestro camino.

No conozco las razas de perro, es blanco, lanudo, con aspecto de pícaro, sentado sobre sus dos patas traseras. El perro nos observaba; rectifico; la miraba a ella, y así nos quedamos los tres sin decir ni palabra, ni guau.

Marta y yo mirábamos al perro y el perro la miraba a ella.

Pasados unos segundos y los tres sin pestañear, el perro con aspecto de pícaro le vuelve a guiñar el ojo.

- ¡Has visto, me ha vuelto a guiñar el ojo! ¡Lo has visto! Exclama Marta,

Reanudamos la marcha dirección a la oficina y le respondo, sí Marta ya lo he visto, será un tic nervioso del perro.

De espaldas al perro a unos cinco metros, escuchamos.

¡Guapa que te como!

Marta y yo nos miramos, miramos al perro y esté tenia una sonrisa.

Ya en la oficina y sentado en mi mesa no dejo de mirar a Marta, ella también me mira y me sonríe.

Estoy triste, tantos años juntos de compañeros.

Marta y yo, cuántos anhelos y deseos, cuantas ganas de acariciarla y comérmela a besos.

¡Qué perro más sabio! Cómo quisiera ser como ese perro que se ha atrevido a decir lo que desea. Así es la vida, muchas veces por nuestra falta de decisión o miedos a los rechazos, dejamos pasar oportunidades y recompensas.

 

 

Alvaro Villa Rey


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