Belleza en la sangre
Por Morsez
Enviado el 23/01/2014, clasificado en Intriga / suspense
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Puedo oler su intenso perfume, como si sustituyera el propio aire que respiran mis pulmones. La veo sentada cerca de la ventana, con una tenue luz de luna que pasa entre las cortinas y se proyecta directamente en sus negros cabellos, tiñéndolos de nieve. Al fin puedo besar y acariciar su piel morena, llena de perfectas imperfecciones. Puedo contemplar su rostro sin temor a que se vaya, sin temor a ser rechazado.
Nunca encontré la manera de confesárselo, ni las palabras para expresarlo. Ella venía a mi casa dos veces por semana y jamás tuve el valor suficiente para robarle un beso. Eran los únicos días en los que limpiaba la casa y me engominaba el pelo, hasta guardaba las camisas nuevas sólo para lucirlas martes y jueves de ocho a nueve.
Pero a pesar de mis esfuerzos, ella nunca me declaró su amor, ni besos ni caricias. Nunca imaginé que nuestros labios al fin se juntarían cuando la fina hoja de una navaja se clavara lentamente entre sus pechos. Las pupilas de esos grandes ojos negros se dilataron. Me miraba fijamente y un suspiro de agonía me indicó que mi amada había abandonado este mundo, dejando una estampa de sangre en mi piel que, a pesar de muchos lavados, nunca se podría borrar.
Mi motivo es simple: ella me lo pedía. Vivía alejada de mí, acaparada por un hombre que más que amor, sentía obsesión. Ella decía que estaba enamorada pero yo sé que se engañaba. El amor que yo sentía sí era real, por eso mi cuerpo se llenaba de paz desde que oía su coche aparcar en la puerta de casa. Ese hombre al que ella llamaba novio no es más que otro energúmeno que se deja llevar por unos pechos prominentes y unas caderas flexibles, en lugar de admirar la belleza de la figura de una mujer nacida para embrujar al mundo.
Ahora tengo en la mano el cuchillo impregnado con su alma, una sensación de felicidad invade mi mente y siento que he hecho el bien. Ella suplicaba por su vida pero yo sé que en el fondo me rogaba que clavase otra puñalada más. La he liberado de su agonía y ahora podemos abrazarnos tranquilamente.
Voy a besar sus labios una última vez. Están fríos. Pero la bella imagen de la muerte recorriendo cada centímetro de esta habitación elimina todo desperfecto que un cadáver pueda tener.
La quiero, la adoro. Tengo ante mis ojos una musa de raza mestiza que se presenta como una ménade que danza entre los brazos de la oscuridad, esperando su paso hacia otra vida.
Ha llegado el momento de verla otra vez. Quiero poder respirar su aroma por toda la eternidad. Quiero tocar su rostro, que se mantendrá perfecto para siempre en el reino de Dios.
Me encuentro sentado frente a la que hace unas horas era mi alumna de matemáticas y que dentro de poco será mi eterna acompañante.
Cojo el mismo cuchillo con el que la he liberado de este mundo ilusorio y me dispongo a mezclar su sangre con la mía en las venas de mi muñeca.
Trazo una línea en mi piel y puedo ver como la sangre discurre fuera de mi cuerpo al igual que las aguas de un río. Aguas rojas que simulan la vida, la nueva vida.
No veo luz ni túnel, sólo cómo la oscuridad nubla mis ojos mientras espero su cálido abrazo. Ahora podré disfrutar de la verdadera realidad y en el camino únicamente pienso en una cosa, aquello que he estado esperando muchos años, esa mujer por la que me habría condenado al infierno y a la cual, irónicamente, acabé matando. En mi último suspiro sólo tengo en mi mente el nombre de mi único amor su nombre Karina.
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