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Acompañaron historias apacibles, alegraron los caminos del arriero; dieron nombres de pasillos y bambucos, a esos sones campesinos de otros tiempos. Y al unísono, las guitarras y los tiples, gratos testigos de amoríos y otros cuentos, cabalgaron por montañas antioqueñas, siempre a cuestas en la mente del labriego.
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