EL HARTAZGO

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EL HARTAZGO

Los innumerables focos producían sofocante calor. La intensa luz reflejaba en unas pantallas plateadas y se limaba. Algo temblorosos, estábamos tomando un líquido, parecido a la sangría. Nos LA proporcionó la "jefa". Después de unos tragos nos miramos en los ojos. Como siempre nos entendimos sin hablar. Pues nos pusimos unas copas de whiskey. Brindamos brevemente chocando el cristal. Mirándonos fijamente y sin una palabra acabamos con el alcohol, en dos o tres generosos tragos. La mesa abundaba de vinos, rones, licores, frutas, agua, zumos y tapas de todo tipo. Otra mesa, no mucho más pequeña que la primera, estaba repleta de consoladores de todos los tamaños, colores, formas y materiales, bolas, bolitas, botes, botecitos, cremitas y otro material auxiliar, completamente desconocido para ambos. Miré a nuestro alrededor. Había como dos ambientes totalmente diferentes. Uno de ellos estaba oscuro, con un ruido peculiar, murmullos, susurros, una tos ahogada que se aleja. Un lugar donde reinaba cierta incertidumbre. La otra parte era colorida, bien iluminada, con la música de Barry White de fondo. Del interior de la parte guay, se acercaron dos jovencísimas chicas completamente desnudas. Por cierto, igual que nosotros, de desnudos no de edad. Llevaban las mismas mascarillas que mi mujer y yo, en estilo veneciano. Nos tomaron de las manos y nos llevaron en la parte luminosa.

Sobre una especie de cama redonda de unos, al menos 12 metros de diámetro, cubierta con una sabana de seda, igualmente espectacular, de color rojo burdeos, había como diez parejas de chicos y chicas, acariciándose, besándose, lamiéndose y follándose a destajo. No podía asegurar quienes eran mas, ellos o ellas. Al aproximarnos, un pequeño grupo de cuerpos espectaculares (espero que no sea por el alcohol), de los ambos sexos, se acercaron, y sin preámbulos empezaron a tocarnos con curiosidad, decisión y delicadeza, como las amas de casa a la fruta machuca en el mercadillo del jueves. Sin rastro de pudor, nos manosearon. Como si nos cachearan, pero con mucha mas delicadeza. Mimaban mis testículos, jugaban con mi pene (erecto como nunca) palpitando la glande, tentaban mi ano. Me sentí como cuatro veces mas desnudo de lo que ya era. Que excitación más deliciosa. Tres bocas, media docena de manos y 60 delicados dedos para cada uno de nosotros. Unas de estas manos, que correteaban mi cuerpo, eran de un joven, más bello que el esculpido Adonis. Por un breve momento quise protestar, pero me encontré con los ojos de mi amada. Estaba en punto de desmayarse del placer. Los prefacios se acabaron…y nos echaron en el mar de manos y labios. Ya no nos importaban ni las cámaras, ni los focos, ni tampoco la cálida humedad de la gigantesca sabana roja.

De tanto champús y perfumes, lubricantes, condones y juguetes de diversos colores, sabores y texturas, todo a nuestro alrededor olía a tienda de chucherías. A caramelos, chicle y gominolas. ¡Que gozada! Y no solamente el olor, el sabor también era muy parecido… ¡gollería! Ahora los niños íbamos a ser nosotros, mi preciosa mujer y yo. La reina, insospechadamente perversa y yo, el musculoso y peludo nene juguetón. Y los dos muy, pero que muy golosos. No se porque me acordé de la sangría, o lo que coño fuera aquello. Tal vez por que noto un sentimiento desconocido y un tanto extraño, justo donde se junta toda mi piel…

Tantas tetas, coños, culos y…, me comí este día, que tuve la mandíbula desencajada y el frenillo de mi lengua roto, durante varias semanas.

Este fabuloso día se convirtió en la comilona colosal. Aun que, mi mujer y yo preferimos llamarle; EL HARTAZGO


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