Siento una lágrima que surca mi mejilla. Me reta a secármela, pero dejo que siga su camino. La atrapo con la lengua y me la llevo a la boca. Es como echar sal a un trozo de carne cruda que, en el fuego, se encoje, se quema y no se queja. Ignoro el cosquilleo que me provocó en su descenso. Me recuerda a tus dedos acariciándome mientras me besabas. Dedos que rompen la frialdad de esta noche.
Golpeo con mi cabeza la pared que separa la realidad de los cuervos que me vigilan dentro. Tus gritos muerden cada pensamiento. Miro por la ventana. Gatos sin cascabeles lamen sus patas, como yo hago con mis recuerdos. Mi reflejo es el de un cochinillo sobre una bandeja de plata. Sustituyo la manzana en su boca por medio limón que mastico con las encías. Siempre supe que las heridas en mi piel eran la consecuencia de quererte y tu acidez la mejor manera de cicatrizarlas.
Es necesario que lo haga, por ti y por mí. Por aquello que fuimos cuando el amor era nuestra alfombra roja, porque solo éramos figurantes de un guión escrito por alguien que no sabe amar, o se olvidó de hacerlo. Me tenías al lado, como a las revistas que leías y al televisor que utilizábamos para oír hablar solo a otros. Voces irreconocibles las nuestras, después de haber deformado las palabras y que el significado de ellas fuesen vanos lamentos. Las palabras sobran cuando hay muestras de afecto, pero ¿qué queda sin los abrazos, las caricias y los labios que no pueden, no quieren o se olvidaron de besar? Nuestros besos se perdieron en el viento y no saben regresar.
Dormíamos juntos por miedo a separarnos y confirmar la evidencia. La soledad que sentía, aun estando acompañado, era más palpable y lastimosa. Éramos como cuadros de baratillo esperando ser admirados y que solo consiguen rellenar huecos vacíos.
Éramos el aburrimiento, la desgana, la pereza, la indiferencia Éramos.
Miro hacia mis pies y veo como la razón esta desparramada por los suelos. Levanto mis brazos y agarro la soga que adorna mi cuello. Tardo varios segundos en entender la soledad que me acecha entre las cuatro paredes. Todavía ando buscando tus bragas en el filo de la cama. Tu sonrisa pude ahogarla junto a mi garganta.
Cuéntame lo que no me dijiste para que pueda desabrocharme el alma. O si lo prefieres, cállate para que me asfixien los recuerdos.
La cuerda espera serpenteando bajo mi cabeza, entre la pasión y la crueldad del razonamiento. Me hundo colgado del techo mientras la desnudez recorre mi cuerpo helado y aprendo a saborear la falta de oxígeno. Cada minúscula partícula de ti llena mis pulmones para acabar en dolor. Busco un instante de calma en la distancia existente entre el suelo que besaste con tus nalgas y la lámpara que se mece con mis convulsiones. Solo encuentro tus gemidos de placer en mi intento por respirar.
Mis piernas aletean como pez fuera del agua barriendo la mesa que me sirvió de escalera a la cobardía. El vino baña la alfombra simulando el charco de sangre que durante años perdí por ti. Ahora solo te regalaré mis ojos desorbitados y una lengua que intenta escapar de un cuerpo que se rinde. Siempre te gustó mi disfraz de payaso.
Como un perro sumiso agacho mis orejas ante la presencia de la certeza. Yo elegí que fuese ahora. La consecuencia de lo acontecido me mantiene vivo. La evidencia de tu abandono llena de pulgas mi cabeza.
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