El templo bajo la montaña (Parte Final)

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Tras unos minutos, llegamos a lo que deduje que era su hogar. No difería en absoluto del resto de casas de alrededor, lo cual no me importaba demasiado. Lo que sí que me importó fue lo que hizo. Al entrar en su casa, compuesta únicamente por una cama y una chimenea, se quitó las sedas, me lamió un dedo de la mano y me invitó a la cama. Su belleza era, en estos momentos, abrumadora.

El tiempo que pasé con Lucy se me hizo eterno, cada vez me parecía más una diosa, pero no una diosa griega, de la que te enamoras y solo aspiras a idolatrarla. Lucy era un tipo diferente de diosa, era la encarnación de la lujuria, no podía pensar en otra cosa que no fuese en darla placer, no me preocupaba de mí en absoluto, quería... no, DEBÍA satisfacer a Lucy en todos los aspectos.

Y me atrevo a decir que lo hice. Una vez acabé con ella, se recostó sobre mi cuerpo y cerró los ojos. Era una belleza desgarradora, una belleza por la que antaño se habrían iniciado guerras entre civilizaciones... No, era mucho más que eso. Si Lucy me hubiese pedido que matase a alguien en ese mismo momento, lo habría hecho... lo cual me preocupó un poco.

- Lucy. - Me atreví a decir instantes después-

- ¿Qué ocurre amor mío?

- ¿Dónde estamos?

- En tu nuevo hogar.

No me preocupó en absoluto, no tenía hambre, no tenía sed, no tenía sueño, y estaba con ella.

Me atreví a pensar que podía dar un vuelta por los alrededores, de modo que salí de la cama, me tapé un poco y me dispuse a salir.

- Espera un momento. - Me advirtió Lucy

Me acerqué a ella después de que me hiciese señas. Su figura quedaba expuesta bajo las sábanas de seda, jamás había visto nada semejante. Cuando quise darme cuenta, me había incado los dientes en las muñecas, no me dolió en absoluto, no había sangre, solo un par de marcas circulares, similares a las que dejaría un vampiro.

- ¿Qué has hecho?

- Es mi marca personal, ya puedes salir sin miedo. - Lucy dejó de prestarme atención, parecía estar en trance, era como si estuviese en un sueño erótico, emitía unos leves gemidos que me hechizaron. Y volví a la cama con ella, mucho más tiempo.

Horas después, Lucy por fin salió del trance, y me invitó a salir a dar un paseo con ella. Y accedí de muy buena gana, me sorprendió gratamente no estar cansado. Estaba, simplemente encantado.

Comenzó a enseñarme la aldea, totalmente bajo tierra, iluminado por unas piedras de cristal (nunca me ha gustado la geología, no sabría decir qué eran) que daban una luz tenue muy agradable. Me sorprendió no ver niños por las calles, pero no quise preguntar. El caminar por la fina arena que componía el suelo, era muy agradable para mis pies. Lucy me enseñó dónde se hacían las diferentes tareas de la aldea; la forja estaba abierta para todo el que quisiese usarla a su antojo, había una plaza central, que parecía preparada para soltar discursos dignos de una película de aventuras. Un lago de agua caliente en el que había... mucha gente retozando, y por último me llevó a lo que ella llamó los campos de entrenamiento. Un lugar donde había 4 personas luchando (me atrevería a decir que a muerte) con diversas armas, me llamaron la atención un látigo y una cadena de eslabones negros. En mitad de la lucha, uno de ellos recibió un golpe en la cabeza y comenzó a sangrar. La lucha se detuvo de inmediato, y la persona que recibió el golpe extendió su brazo. Los otros tres dieron un mordisco.

- Lucy... ¿qué están haciendo? - Me atreví a preguntar. Estaba algo asustado, pero ni la mitad de lo que debería.

- Tienen que prepararse por si algún día se ven obligados a combatir. - Me respondió con su dulce voz.

- Si si... eso me lo imagino, pero ¿contra quién? ¿y por qué lo del brazo?

- Es un pequeño castigo por haber perdido el combate. Nos preparamos contra los siervos de tu dios.

De pronto se me vinieron un montón de ideas absurdas a la cabeza, demasiadas ideas absurdas, todo lo que había leído alguna vez sobre satanismo, sobre demonios que luchan por las almas de los mortales, y que podía ser una broma inocente... Estuve un buen rato pensando hasta que me di cuenta de que era demasiado, y me atreví a mirar a Lucy, era increíble. El rojo de sus labios parecía intensificarse por momentos, su pálida piel daba la impresión de soltar leves destellos de... tenía ojos de reptil, sus pupilas se habían rasgado como las de una serpiente, y su sonrisa mostraba unos dientes de marfil perfectamente alineados y lévemente afilados. Lucy acercó sus labios hacia mi, a una distancia a la que podía notar su aliento.

- ¿Quieres quedarte conmigo? Nadie impide que te vayas cuando lo desees. - Y recordé el pequeño mordisco que me dio en la muñeca, la marca de Lucy, y cuánto me había gustado.

Ha pasado ya un buen tiempo desde que abandoné mi monótona rutina, y no quiero volver a ella jamás, no quiero volver a preocuparme por nada.

Así que besé a Lucy, durante largo tiempo, la aferré contra mi cuerpo, la alcé en brazos hasta dejarla a mi altura, y dije si.

Lucy puso una cara que jamás olvidaré, su expresión demostraba satisfacción, alegría, pero por encima de todo mostraba poder. Lucy había conseguido algo que no terminaba de saber qué era. Entonces acercó sus labios a mi cuello, hincó los dientes en él y noté como me desgarraba un trozo generoso de carne, nunca había sentido tanto placer. Al mirarla, vi que lo que tenía en la boca era una especie de halo azul, y se lo comía poco a poco. Me toqué el cuello y me sorprendió comprobar que estaba entero.

Lucy terminó de tragarse el halo azul que había sacado de mi cuello, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, los ojos se le pusieron en blanco y no pudo evitar echar la cabeza hacia atrás. Cuando volvió a su ser, se me quedó mirando fíjamente; aún la tenía agarrada en mis brazos, sus labios seguían rojos, sus ojos rasgados, y en ese momento era la personificación de la lujuria; un pequeño hilo de saliva le caía por ambos lados de los labios mientras respiraba alterada (por lo que acababa de ingerir, supuse) y el corazón le latía a mil por hora. Podía haberme muerto en ese mismo instante, que me habría dado igual, todo me daba igual, estaba hechizado.

Apoyé a Lucy en el suelo y me dejé llevar por mis deseos carnales. En mitad del camino, en mitad de la aldea, en mitad de donde quiera que estuviese; mientras de vez en cuando pasaba alguna persona y no nos prestaba la más mínima atención.


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