Axarcolopitecus

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Quizá algún día les otorgue el placer de darme con toda la mano en toda la cara, sin embargo, hoy voy a regalarme a mi mismo ese honor.

La primera vez que vi a aquel tipo fue en la puerta de un aula de la universidad de Alicante. Vestía pantalón vaquero con elegantes zapatos negros al más puro estilo patriarca e iba envuelto en un chaquetón varias tallas grandes que dejaba poco juego a la imaginación. Grande y obeso, aunque no a partes iguales, me pareció lo que hasta ayer mismo pensaba de el, era lo más parecido a un adoquín con figura humana. Esperaba, como yo, a ser llamado para examinarse de algunas asignaturas pendientes. A su lado estaba ella, el resultado perfecto en la ecuación que integra volúmenes, tamaños, estatura y vestimenta. Lástima que su voz y su rostro quedaran fuera de la misma. También se examinaba.

No tarde en reconocerlos, ya me habían avisado de que una pareja de mi entorno también viajaría más de 500 kilómetros para realizar esos exámenes, por aquello de viajar juntos y ahorrar, aún así, mis mermadas habilidades sociales, unidas al nulo interés en rehabilitarlas, me hicieron ignorar absolutamente esta posibilidad.

A penas conocía de ellos su procedencia de algún remoto pueblo axarquico.

Los sucesivos periplos por hoteles que sufrí meses después con el fin de acabar los estudios en los que me había embarcado, me hicieron coincidir con el un par de veces más. La casualidad quiso que, a través de otro compañero, me pidieran echarle una mano al pollo con sus dudas académicas. Me vi por tanto obligado a compartir sala de hotel y  valioso tiempo. Viajaba siempre con ella, compartían habitación y a primera vista eran pareja, aunque la actitud entre ellos no era precisamente la de un dueto enamorado. Mucha montura para ese jamelgo, pensaba yo. Respecto a el, mi concepción no cambio. De escaso cacumen, combinaba dudas lamentables con algunos gestos y formas de dudoso gusto. Procure alejarme.

El tiempo paso y aquello acabo como dios manda, los estudios terminados y a otra cosa.

 Meses después recibí una llamada, era el.  Aún le faltaban numerosas asignaturas, las peores de hecho. Mediante un rodeo poco original me pedía vernos para plantearme algo, quería que le diera clases particulares a cambio de una remuneración, económica. La humildad que me transmitió por teléfono me empujo a vernos en una cafetería, aunque no pensaba acceder a su propuesta, si que le lleve algunos materiales que le serían de utilidad. 

Aquel café se convirtió en toda una tarde en la que descubrí un tipo de ejemplar sentido común, honrado, humilde y tremendamente responsable. Me hablo no solo de como sacaba adelante sus dos hijos realizando extraordinarios esfuerzos sino, de su relación con ella. Habían sido pareja durante diez años. Decidieron poner fin a la relación, no sólo amistosamente, sino ejemplarmente. Y es que una vez finiquitado el noviazgo, y por aquello de mantener la imagen de la ruptura ideal, nuestro amigo decidió mantenerse en barbecho sexual durante dos largos años, los que tardo ella en tener una nueva pareja estable. Y así fue como tras ella, el encontró a su actual mujer y madre de sus dos hijos. Lo sorprendente es que en la actualidad son más hermanos que amigos, no sólo ellos sino también sus respectivos, hasta el punto de que ambas parejas son padrinos y madrinas de los hijos de la otra... Viajan juntos, salen juntos, etc. De ahí la complicidad absoluta que se les veía, aderezada con una absoluta falta de chispa, propia de parejas que sudan en el mismo barro. Hombre de palabra y excelente fondo, pienso ahora, al que accedí a dar clase sin costé alguno.

Al final del café me pareció todo lo contrario a lo que pensaba. 

Lo dicho, un ostiazo en toda mi cara.


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