jazmines en flor parte dos

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Los niños preguntaban continuamente por su padre. Francina hacia lo posible por contener las lágrimas y tratar de calmarlos con que pronto regresarían a su hogar. Sabía que les mentía, que se mentía así misma, pues por dentro algo le decía que ya la relación estaba perdida. Tantos años de fingir sincero afecto habían sido una completa tortura en ciertas ocasiones, y en la distancia de su marido, comprendía que sus deseos no eran regresar a su lado.

-Creo que es hora que finalmente descubras que sucede con esas flores. Arruinaste un matrimonio por dejar que ese misterio continúe, no lo vuelvas hacer-aconsejo Graciela.

Por más de que el consejo ocultaba un tipo de reproche, Francina admitió que era la razón. El temor por saber que ocultaba ese regalo la había inquietado desde esa tarde en que… de solo recordar, sus ojos se cristalizaban de repente y su mente se llenaba de recuerdos bien grabados que nunca, jamás, podría olvidar…

Los preparativos para la mudanza consumían el poco tiempo disponible de los novios. Hacía ya tanto que habían tenido su primera vez, que ahora lo recordaban con simpatía y ternura. El plan de casamiento no había gustado demasiado a sus padres, eran ya jóvenes para atarse para el resto de la vida. Por lo tanto, habían acordado que permanecerían unidos bajo el mismo techo, pero que no se establecerían como esposos hasta después de finalizar sus estudios. Ellos estaban plenamente convencidos de su amor y la convivencia la veía más que como una aventura que como un reto a enfrentar. La imaginación era algo que en los dos no carecía y sabían que solo con utilizarla en la rutina diaria, bastaría para ser felices y, a la vez, responsables.

Francina pasaba horas bordando sabanas, en la compañía de su abuela. Había decidido continuar con la tradición que su nona le había inculcado desde pequeña. Compartían unos mates, mientras que la anciana escuchaba la voz emocionada de su nieta. Pensaba que vivir en pareja sin el título de tal era una aversión a sus ideas, pero no podía ocultad la alegría que le transmitía la adolescente enamorada. Con su apoyo, todo marcharía bien.

Una de esas tardes, el llamado de Julián sorprendió a Francina. Él le pidió que esa misma noche ella se presentara en su casa, que debían de tener una conversación importante. Le hablo con calma, pero aun así pudo reconocer que algo no marchaba como lo esperado y que la noticia alteraría sus propósitos.

De la mano la condujo al jazminero. Bajo él se sentaron. Esa noche era casi idéntica a la de la primera vez. Las estrellas iluminaban el jardín, la luna estaba en lo alto y resplandecía con potencia. Pero los ojos de Francina se encontraban cerrados, por temor, por incertidumbre, porque su pecho no dejaba de recibir latidos fuertes, que casi le cortaban la respiración. Sus nervios volvían a traicionarla.

-Tranquila, no pasa nada malo-                                                 

-Tengo un presentimiento de que si va a pasar algo malo-

-Oye, no. Lo que quería decirte es que los planes de la mudanza se van a tener que pasar para más adelante. Mamá empeoro con su estado de salud y los médicos le aconsejaron que se haga atender por especialistas de ciudad capital-

-¿Y vos vas a ir con ella?-

-Sí, sabes que es mi obligación como hijo único. Papá no puede faltar a su trabajo por largos periodos-

-Pero, ¿Cuánto tiempo vas a irte?-

-El necesario, sabes cómo viene el tema de la enfermedad de mamá-

-Sí, tu familia, ¿y yo? ¿Es que acaso ya no soy parte de ella? ¿Me vas a dejar acá sola con todo lo que planeamos? No, no podes Julián-

-Yo te comprendo, pero necesito que me comprendas a mí también, mi amor, te lo pido-

Pero toda suplica fue en vano. Francina se despidió con un beso de su amado y a paso rápido salió de la casa. El enojo la consumía y no la dejaba pensar con claridad. Esa madrugada la transcurrió sollozando, incapaz de comprender la necesidad urgente de que su futura suegra se hiciera ver con mejores médicos de ese pueblo maldito. Estaba decepcionada, había gastado horas y horas en preparar, organizar, idear todo aquello a su hogar. Y Julián así se lo pagaba.

Era el día de su cumpleaños. Sus amistades compartían con ella unos ricos mates. La partida de su prometido le había afectado con gravedad. Hasta el último momento, en la despedida, le había rogado que desistiera de realizar el viaje. Su corazón, o tal vez, su mente, o alguna otra cosa que no le había podido dar nombre, continuaban provocándole un grave malestar cada vez que pensaba en el viaje. De todas las formas posibles le había transmitido esta sensación a Julián, sin embargo, él mostraba una actitud incrédula y le prometía que volvería junto a ella.

Ahora lo recordaba, el largo beso que se habían dado por última vez, el abrazo y los “te amo” que habían volado por el viento. Sonreía y contestaba a sus amigas, pero por dentro continuaba inmersa en la última vez que lo vio. La última vez…


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