Camino a Caños

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Hoy es mi primera sesión de quimio. He llegado puntual, raro en mí. A las ocho ya estaba en el hospital de día. La enfermera más veterana nos llama uno a uno y cívicamente formamos una fila muy ordenada que ocupa toda la sala de espera de oncología. En mi mente se empiezan a suceder imágenes de ganado a punto de pasar al matadero. Quizás es porque aún me cuesta ver a la quimio como mi aliada, la percibo más bien como una enemiga que me va a meter en una guerra en la que no quiero entrar. Por aquello de los daños colaterales más que nada.

Tras echar un vistazo a los demás me doy cuenta de que soy la más joven. Todos tienen edad para ser mis padres; algunos incluso me recuerdan a mi abuela. Me siento observada con la incómoda sensación de que me miran con pena. Creo que nunca me he encontrado tan fuera de lugar. No me toca estar aquí, pero por alguna razón que mi mente aún no alcanza a comprender el universo se ha empeñado.

Después de un tiempo esperando que se me hace eterno me enchufan al sillón 13 y aparece Marga. La forma en la que se dirige a sus compañeras, su soltura y la seguridad con la que trata a los pacientes me llevan a pensar que es la enfermera jefe. Calculo que será de la edad de mi madre; está teñida de rubia, lleva gafas y no es ni alta ni baja, ni delgada ni gorda. Lo que sí es una mujer con ángel, que diría mi padre, con mucho ángel.

-A ver bonita –se excusa mientras me da un folleto con todos los efectos secundarios a los que me voy a tener que enfrentar –que ya sé que el médico te lo habrá contado todo, pero yo te lo tengo que recordar. 

Con el tono propio del que te tiene que dar una noticia fatal, de esas que marcan, baja el timbre de su voz hasta convertirla casi en un susurro para contarme, entre otras cosas, que tendré hormigueo en las manos, nauseas, vómitos y que me quedaré sin pelo. Normalmente suelo interactuar con la persona que tengo delante, pero hoy no me sale nada de los labios. Estoy muda, sólo la puedo mirar fijamente y debo estar llorando porque siento cómo me aprieta la mano fuerte mientras me acaricia la cara con ternura.

-No pasa nada bonita, no pasa nada por venirte abajo, llora todo lo que te haga falta; eso sí, eso es para luego levantarte con más fuerza, que eres muy joven y tienes que luchar.

La verdad es que me ha venido bien desahogarme, me he quedado como nueva, más tranquila. Mi madre no para de ponerme la mano en la frente y de susurrarme palabras de apoyo. Sé que lo está pasando peor que yo.

-Tranquila mi amor, todo esto pasará, pasará y lo verás como un sueño malo. Mi niña, lo que daría por cambiarme por ti.

-Ya lo sé mama, ya lo sé. 

Lo sé porque el miedo se ha convertido en terror alguna vez que la mente me ha jugado la mala pasada de ponerme en su situación.

 Me ha costado, pero al final he conseguido convencerla para que me deje sola un rato, me quedan cuatro horas por delante y lo necesito.

Hace un día precioso en la playa: el sol, dándolo todo, se refleja en toda mi piel, y el aire, muy generoso hoy, es el justo para acariciarme la cara y el pelo sin que resulte incómodo. Tengo El Palmar para mi sola, así que me descalzo y echo a andar mientras las olas van borrando las huellas que dejo en la arena y el ruido del mar lo acalla todo. A punto de llegar a Caños me paro donde nos bañamos desnudos hace unos años, aquel verano que no parábamos de hacer el amor con eso de que estábamos buscando a Claudia. Salimos del agua, exhaustos, felices, con el mundo a nuestros pies y nos tumbamos en la arena, queriéndonos como nunca, como siempre.

-No sé a quién de los dos nos tocará antes –te dije sonriendo y acariciándote los labios –pero si me toca a mí, quiero que cojas un barquito y tires mis cenizas justo aquí, en este punto.

Te reíste y me besaste.

-Vale, lo mismo te digo. 

Como si supieras donde estaba, en ese momento apareces por la puerta y te sientas a mi lado, abrazándome fuerte y sin soltarme la mano. Sé que lo estás intentando con todas tus fuerzas, quizás porque tus ojos van por libre y me cuentan el esfuerzo que estás haciendo por no derrumbarte cuando me ves conectada a la máquina. 

-¿Qué tal preciosa?

-Hola mi amor, acabo de llegar de darme una vuelta por El Palmar.

Te da la risa.

-¿Y qué? ¿has llegado a Caños?

- Casi, te estaba esperando. Me he parado un ratito en la zona nudista a tomar el sol.

Me besas y nos reímos, ahora los dos, acordándonos de aquel día tan nuestro, tan mágico. Marga se acerca, un poco cortada por interrumpirnos, pero dedicándome una mirada cómplice, de esas que sabemos intercambiar las mujeres, aunque nos acabemos de conocer.

-Bueno, esto ya está Iria. Te quito la vía y te puedes ir a casa. Ahora ya sabes, a dejar que te mimen mucho estos días.

 


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