Tenia la costumbre de repasar esa imagen todas las noches antes de dormir. Estaba sentando en mi cama, y yo acercándome a el. Me sonreía, cálidamente. Yo continuaba acercándome. Extendía su mano, yo intentaba tomarla, pero no podía siquiera rozar su piel. Trataba de acercarme más, besar sus labios, acariciar su pelo, abrazarlo. No podía hacer nada.
Había algo inconcluso en esa imagen, era como sí me faltaran piezas para completarla.
Por supuesto.
No conocía el olor de su piel. No sabía a que sabían sus labios, que tan suave sería su pelo. No sabía que se sentiría abrazarlo, que tan cálido sería su pecho, que tanto podría refugiarme en sus brazos. No conocía su voz, no sabía que se sentiría un susurro en mi oído. No sabía que tanto podría disfrutar dormir junto a el, ni que tan suave sería el roce de sus manos en mis piernas, mi cuello, mi espalda. No sabía a que sabría su silencio, justo antes de besarme, ni sus caricias. No sabía que desprendía de su mirada.
Nunca me había abrazado, acariciado, besado, mirado. Tenia la costumbre de despertar llorando todas las mañanas, deseando algo que ni yo misma conocía.
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