La fatídica eternidad del sillón blanco
Por santiagoalbitre
Enviado el 13/02/2014, clasificado en Intriga / suspense
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Yo no pude haber hecho esto.
Tampoco se por que estoy aquí ni mucho menos como logré llegar a este lugar, pero definitivamente no fui yo. Resulta imposible.
No niego que en ciertas situaciones, en épocas de juventud, me haya costado, tal vez, mantener la tranquilidad o la cordura y sea un poco nervioso, necio pero; ¿llegar a tal punto?; nunca sobrepasé los límites de una persona que solo quiere e intenta vivir tranquilo y morir aún más pacíficamente.
Si hubiese querido, hubiese sido aún mas fuerte la imposibilidad; mis huesos están viejos, mi rostro ya casi vencido por el tiempo, mi mirada triste, con un ojo casi transparente de ceguera y una línea pesada color rojiza debajo. La barba despreocupada teñida de un blanco fantasmagórico; casi enfermo. Cualquier movimiento que realice lo padezco, de tal forma que pareciera ser el último.
Obviando las aclaraciones y las características de mis imposibilidades físicas, no se como se me ocurre siquiera pensarlo. No. Es imposible, yo no lo hice.
Nunca sentí ni cercana la necesidad o la idea de lastimar a alguien, pero estoy atrapado en una situación que no puedo negar, que es aún más fuerte que mi pacífica vejez y logra atormentar mis sentidos. No puedo negarlo, no puedo esconderlo; el cuerpo esta aquí, frente a mi, aun caliente. Susurrando; hablándome mudamente.
Parece tranquilo, acostado, dándome la espalda ya vencida por los huesos filosos que transcriben su delgadez. Totalmente estirado, con señales de la mas mansa y placentera muerte que un ser debilitado por el tiempo y esperando la muerte pueda desear. Pero en lo profundo lo noto inquieto. Incompleto aún.
Tiene un brazo estirado, en el cual apoya su cabeza ya rendida y esta desnudo en su plenitud.
A juzgar por su color nunca hubiera de pasar por un cadáver. Incluso irradia un calor particular, esos calores tan tibios y húmedos que hacen sentir a uno vivo, que aún siente hasta el más mínimo movimiento. Pero no; el ya no respira. Situación que me acongoja y me inquieta angustiosamente.
¿Qué debo yo de hacer? ¿Seguir mirándolo, casi estudiándolo? ¿Comunicarme con la policía? Este escenario me supera y no quiero perder mi sabia y anciana cordura. No se por que tengo tan ingrata y desagradable compañía; y la ignorancia me carcome lentamente la razón. ¿Qué le diría al oficial de policía? Si soy yo aquí quien sufre la peor y más horrible de las incertidumbres, soy yo quien necesita escuchar algún tipo de explicación.
Creo que han pasado ya varias horas, aunque debo advertir que aquí el tiempo no parece pasar. La quietud y el misterio que hacen a una noche única, se confunden con la calidez y el bullicio de una tarde veraniega; no se si es de día de noche, no distingo el frío del calor. En esta habitación el infierno y el paraíso se mezclan. El fuego y el hielo pierden todo significado y distancia. Todo se pierde y resulta vago con este cadáver aún tibio frente a mí. Nada es claro dentro de mi mente; desdichado aquel hombre que viva con ignorancia semejante.
Estoy tan desorientado y todo es tan confuso que ni siquiera puedo distinguir ya una suave brisa aquí dentro; pero como dije anteriormente, creo, que ya han pasado algunas horas y el cuerpo comienza a mimetizarse y familiarizarse con el paisaje. Su presencia comienza a no perturbarme demasiado pero nunca dejo de prestarle algo de concentración.
Una habitación más grande de lo normal. Monótona. Blanca. La soledad aquí se hace muy fría e incluso más cruda. Tan cruda que logra penetrar el hueso más profundo de mi cuerpo, aún para una persona tan solitaria como yo, que he vivido toda mi vida en esta casa y nunca había aprovechado ni siquiera conocido esta habitación; debo aclarar que mi soledad y el tamaño de mi hogar no poseen ningún tipo de relación. Paso todos los días de mi vida en una sala de estudios, iluminando mi biblioteca con una vela para recibir la compañía nocturna de una novela. Razón por la cual ésta habitación era completamente nueva para mi, ni siquiera tenia algún tipo de decorado; salvo el macabro y perverso cuerpo ubicado geométricamente en el centro, un sillón totalmente blanco desde el cual, con una mano sobre mi canosa cabeza y sin quitarle la vista al cadáver, les relato mi historia; y una insulsa puerta, también blanca, que solo alguien perspicaz y minucioso puede notar.
Repentinamente mi cuerpo comenzó a arrugarse más de lo que comunmente lo estaba y mis débiles músculos comenzaron a contraerse lentamente. Casi instantáneamente sentí como, de una forma fugaz y atropellada, ahogada en un llanto desgarrador, abrió de un gran sacudón la puerta la mujer más hermosa que el mundo haya conocido jamás. Aquella que la gracia decidió que conociera y amara, de la misma forma que ella me ama a mi; infinita. Fugaz e infinita, así fue ella en ese momento cuando, mientras me ponía rápidamente de pie hundido en confusión, ella pasó a mi lado ignorándome completamente mientras yo penetraba sus ojos hundidos en lágrimas. Se abalanzó, sin importar su integridad, sobre el cadáver, acariciándolo de la forma mas maternal y protectora que jamás haya visto. Lo besó; de una forma tan sabia, sin ignorar que esa era su última ocasión, su última oportunidad.
Me pongo de rodillas, a su lado, confundido, destrozado. Los dolores ya son inexplicablemente agudos, necesito quitar esta incertidumbre, pero el dolor físico no deja que me concentre. Sólo sumo fuerzas para tomar el cadáver rodeándolo con mi mano por su nuca para así poder girarlo y descubrir, para mi paralizante asombro y serenidad, un rostro vencido por el tiempo, una mirada triste, con un ojo casi transparente de ceguera y una línea ya no tan pesada, color rojizo debajo. La barba despreocupada teñida de un blanco fantasmagórico; ya muerto.
Logro ponerme de pie con mis últimas fuerzas, ya sedado con el propio dolor de mis cansados y muertos huesos; veo como la mujer más eterna e inmortal que he conocido se aleja llorosa aliviada y, simultáneamente a un fuerte estallido, producto de la última puerta que vi cerrarse en mi romántica y larga vida, noto como mi cuerpo se desvanece vertiginosamente, en forma de cenizas que juegan y descansan sobre el viento, casi sin dejar rastros de que alguna vez en aquella habitación tan solitaria hubiese sucedido acto semejante.
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