Partió en su velero dejó en tierra, todo en su lugar; los abrazos bien puestos, los besos reposando, las miradas fijas y sinceras divisando en la ventana; las palabras risueñas haciendo el resumen del paisaje. Invitó a comer la cosecha de su huerto, a los alegres pájaros y a los suyos, degustaron despacio los al dentes frutos, de radiantes colores y orgánicos nutrientes.
Encargó, del hermoso caos de flores tiradas, de caminos empolvados, de hojas regadas en el césped, del dosel disparejo, de los murales de los niños en las paredes de las casas ajenas, a los sollozos internos; mientras, avanzando en su velero, se le regaban los abrazos de las manos, las palabras afables de la boca, los sueños de la mente, los silencios en las noches, las sonrisas en las tardes, la admiración por lo que veía.
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