Un regalo de San Valentín

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Era el momento de intercambiar los regalos. Mi novia y yo estábamos sentadas al rededor de la gran mesa del comedor. Yo le había regalado a ella una pulsera y ella estaba a puntito de darme mi regalo.

-¡Toma! -Y me dio un sobre cerrado.

Por fuera ponía "FELIZ SAN VALENTÍN CRISTINA!!" Así que lo abrí corriendo.

Dentro, había una tarjeta-vale para ir las dos a la masajista más prestigiosa de la ciudad. Llevaba mucho tiempo con ganas de ir allí pero era tan cara que no me lo podía permitir... y Sara me lo había regalado.

-¿Te gusta?

-¿Que si me gusta? Cristina, eres la mejor!! -Y nos dimos un apasionado beso.

-Es para esta tarde. Quedan veinte minutos para la cita, así que vamos ya para ya. -Me dijo Sara, y con el coche nos dirigimos ya al centro de masajes.

Llegamos al gran local. La decoración era muy moderna, y en el mostrador, una chica pelirroja y bellísima nos saludó.

-Buenos días. -Dijo ella con una enorme sonrisa.

-Hola. Hemos venido para canjear este vale. -Dije yo muy emocionada.

-Claro. Seré yo quién os haga el masaje. Habéis pedido estar las dos en la misma habitación, ¿verdad? -Dijo.

-Sí. -Respondió Sara, que también estaba muy ilusionada.

La masajista salió de detrás del mostrador y nos dijo que la siguiéramos.

Iba vestida con una bata lila, que dejaba notar los enormes pechos de la chica.

Llegamos a la sala del masaje, estaba aromatizada y había dos camillas.

-Desnudaros y empezamos. -Nos dijo.

Las dos obedecimos y nos quedamos tumbadas cada una en una camilla.

A Sara le colocó unas piedras calientes por la espalda, se embadurnó las manos y me masajeó la espalda bajo la atenta mirada de Sara.

Sus dedos expertos masajeaban mi piel, con profesionalismo. Siguió bajando y llegó a mis nalgas. Yo me relajé y cerré los ojos.

Me colocó piedras ardientes en fila por la espalda y se las quitó a Sara. Mientras yo esperaba a que las piedras hicieran su efecto, la masajista hizo su trabajo con Sara. Exactamente igual que a mí: por la espalda, y por las nalgas. Pero no dejaba que sus dedos pasaran la estrecha frontera de lo profesional.

-Por favor, daros la vuelta.

Las dos nos dimos la vuelta y colocó las piedrecitas desde el canalillo de Sara hasta su vientre.

Con más aceite, masajeó mi vientre, mis hombros y mis pechos.

Masajeó cada pecho de manera increíble, experta. Era su trabajo. Yo no podía evitar mover los dedos de los pies del placer y la relajación.

De pronto, noté que otras dos manos masajeaban mis pechos también. Abrí los ojos y era Sara, que desnuda se había levantado de su camilla.

-Disculpe, eh... -La masajista no sabía que decir.

-No se preocupe, somos novias. -Dijo Sara, sonriendo.

-Si quieren me voy... y... eh... les dejo intimidad. -Pero Sara la interrumpió con un beso que la dejó descolocada.

Yo me levanté también y empecé a quitarle la bata, y el sujetador, dejándola desnuda como a nosotras.

Le di la vuelta bruscamente y comencé a lamerle cada uno de sus pechos, mientras Sara la seguía besando.

Yo me tumbé boca arriba en la camilla, y la masajista me comenzó a lamer el clítoris, de forma tan perfecta que sentía electricidad.

Sara le chupaba la entrada de su ano y la masturbaba, haciéndola gemir. Yo gritaba de placer.

La masajista metió todo su puño en mi interior y me hizo gritar de nuevo. Movía sus dedos dentro de mí como si tocara una sinfonía, y yo gemía cada vez más.

Sara se acercó a mí y lamió mis pechos, mientras que la masajista seguía saboreándome y masturbándome.

Las tres nos corrimos a la vez. Sin duda, el mejor regalo de San Valentín.


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