Todo lo mortal es repulsivo

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Los dioses siempre me han parecido muy humanos. Demasiado humanos, de hecho. ¿Por qué iba un ser, como Zeus, que podía contemplar la existencia desde una perspectiva única, a permitir que el universo se repartiera en porciones como una tarta de cumpleaños? ¿Por qué Hércules era viril, poderoso y podía acostarse con cientos de mujeres en una noche? Todo eso me parecen miserias, trivialidades propias de la vida humana. El deseo, igual que la carne, perece. Los dioses griegos no vivían en el Olimpo, habitaban el patíbulo de aquello que es mortal, atrapados una y otra vez en las mismas sensaciones, las mismas debilidades y las mismas fortalezas, presos del eterno retorno de los mitos.

Prometeo, pobrecito él, lo intentó. Él quiso traer la llama, pero no la que enciende el fuego, sino la que transforma la conciencia, la que ilumina los sentidos y gobierna la razón. ¿Y cuál fue su castigo? Irónicamente, el ser devorado una y otra vez por un águila con muy mala leche. A los dioses no se les ocurrió otra condena que el de una eternidad basada en la repetición, que construye y deconstruye al hombre, como si éste fuera un castillo de arena. Ellos lo atraparon en la única prisión que conocían y de la que no podían escapar.

El animal grande se come al pequeño, el placer desafía brevemente a la muerte y así una y otra vez nos vemos abocados al castigo de lo mortal, comiendo, bebiendo, diluyéndonos en el sudor de los otros y recorriendo la playa descalzos, mientras pretendemos ser profundos. Pero, ay, que charquito de agua tan diminuto somos, cuando digerimos la magnífica cena y la evacuamos en el váter, que dioses tan grandes somos, después de conseguir el éxito y caer en el olvido de las masas, que pequeños somos cuando miramos hacia arriba. Diminutos Prometeos en llamas, prometiéndonos a nosotros mismos que esto o aquello merece la pena, olvidando nuestro destino final.

Cuando oigo hablar de la reencarnación, de la resucitación e incluso la zombificación, confieso que me estremezco de pavor ¿Otra vez? ¿Es una broma? La placenta, las luces del quirófano, los años escolares, el primer amor, las estupideces, todo repetido una y otra vez, hasta la saciedad, prometiendo que si hago mis deberes, mañana conseguiré el Nirvana. ¿Por qué mañana, si incluso el hoy dudo que llegue? Ay, apreciados gusanos de cementerio, que esperáis impaciente morder mis carnes, prometedme, aunque sea sin palabras, que seguiréis comiendo, sin importar que estéis llenos, sin importar que me crezcan las uñas y el pelo como al Cristo de Burgos, prometedme, que este es el final.

Y si no lo es, mentidme, decidme que me espera algo distinto y que aún hay esperanza para Prometeo. 


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