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Sobre la zahorra amarillenta como oro fino, decidimos, mi novia y yo, pasar la noche cerca del cráter de Pico Viejo, contemplando, enamorados, las estrellas. La brisa brincaba entre las lomas y subía hasta la romántica luna, que lo miraba todo como si fuera una gran pupila.
Hicimos una pequeña hoguera con retamas secas. Cenamos, y nos embutimos en el saco de dormir. Haciendo el amor, al calor de nuestros cuerpos, las llamas se reflejaron en los hermosos ojos de Guacimara. En aquellos instantes, la vi tan hermosa y verdadera como la luna que andaba por el cielo.
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