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Ni yo comprendía el ruido de cada uno de sus gestos. Ni el comprendía el silencio de cada una de mis palabras. Yo no compartí su ruido pero me sentaba cerca para ver el estruendo de su risa. Ni el compartió conmigo mi silencio aun cuando él era el causante. Lo que comprendíamos, era lo único que necesitábamos. Una soledad compartida, la maravillosa soledad que teníamos justos pero separados.
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