Relatos de Bruno ( prólogo de Entre pasteles y cumpleaños)

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Mi infancia ha transcurrido entre exquisitos y diversos aromas. A diferencia de los niños a mi alrededor, mi cabello siempre olía a chocolate, a fresa, a frito, a cebolla, a pan recién horneado, dependiendo de la fiesta que mi madre tenga que cubrir. Ella me ha enseñado cada secreto de su cocina y la regla fundamental para que cada preparación salga a la perfección.

Puedo asegurarte que si comes un pastel, una pasta, un cheese-cake,un pollo al disco, que no fue preparado con amor, de seguro te caerá mal.

Mientras mis amigos andaban en skate por la vereda de la cuadra, yo hacia lo que más amaba y sigo amando en el mundo, cocinar.

Y durante mi formación ella siempre estuvo a mi lado susurrándome con su voz suave y calida, cada ingrediente.

Recuerdo sus ojos grandes y expresivos, la emoción que su rostro anguloso reflejaba al abrir el horno, la misma expresión que heredé de ella.

La contrataban de diferentes lugares, mi madre siempre tenía un cuestionario, para hacerse una idea de la fiesta que era, y ella pedía reunirse con el agasajado, algunas veces era posible otras no, si la fiesta era sorpresa los clientes se negaban. Pero como ella no conocía el significado de la palabra no, se las ingeniaba para toparse con el o con ella de pura “casualidad”.

Su sexto sentido y su cuestionario le daban las pautas de que ingredientes secretos necesitaban ser añadidos en las fiestas.

Ciertas veces y después de rogarle que me lleve con ella a cubrir eventos accedía.

Aún recuerdo el día que concurrí a cubrir mi primer evento, tenía 10 años, antes de irnos me entregó una bolsa de papel madera, con un moño rojo grande casi grande como la bolsa, me dijo que me lo pruebe y la llame cuando esté listo.

Abrí la bolsa desesperado, me encontré un traje de cocinero blanco inmaculado, a la perfección con mis medidas, la chaqueta cruzada, el cuello mao y un bordado en la solapa de mi bolsillo en hilo negro “Bruno”. Años después y por casualidad me enteré que la abuela Catalina fue quien lo bordó. Dentro de la bolsa había un paño blanco que iba colgado en mi cintura para limpiar los platos, y también un pequeño maletín con cuchillos de acero quirúrgico, sabía que mi madre era la mejor, pero sabía que confiaba en mi habilidad para no rebanarme un dedo.

La llamé, Lolaaaaaaaaa, enseguida vino a mi cuarto, no me gusta que me llames así soy tu mamá me dijo, poniendo cara de enojada, aunque yo sabía que nunca estaba enojada.

A continuación tomó mi mano, me hizo girar dio un silbido de esos que ella hacía muy fuerte, un silbido que mi padre admiraba porque a él no le salían. Gritó fuerte Andresssssssssss, mi padre se acercó, y ella le dijo sonriendo te presento a mi  nuevo ayudante de cocina.

Hoy pienso en mi historia y la de mis padres, no dudaría en titularla…

 “Entre pasteles y cumpleaños”


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