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Tan asombrado quedó de lo que estaba viendo que se hirvió el agua para el té con un chillido agobiante sin notarlo siquiera. Un grillo se posó arriba de la lámpara de techo y afuera, bien por lo bajo, el ladrido del perro viejo de la casa del fondo hizo eco por ahí. Había humedad y todavía no estaba nublado. Las hojas del rosal olvidaron su aspereza con el rocío denso de la mañana pero su aroma rondaba por el aire, reinaba la atmosfera del hogar, dulce hogar. Se refregó sus pupilas para confirmar su asombro; maldito espejo, él aún no estaba preparado para encontrarse consigo mismo.
mna
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