Puerta de embarque

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Con apenas dos sesiones ya se me está empezando a caer mucho el pelo. Aun así mi melena resiste esplendorosa, muy estoica ella, sin querer despedirse todavía. Mientras se pueda, Carol sigue peinándome como sólo ella sabe. No es por nada, pero me deja el pelo espectacular: ondulado, ni rizado ni liso, como esas modelos de la tele que parece que se levantaran de la cama así de peinadas por la gracia del Dios Llongueras.

Hoy es uno de esos días en los que toca ponerse guapa: es víspera de reyes y hemos quedado todos para ir a la cabalgata y  cenar con los niños. No tengo muchas ganas la verdad,hace un frío que se mete en los huesos y el bajón emocional que siempre asoma después de navidades está al caer. Una vez más, como si tuviera una alarma que le salta cada vez que estoy más plof de lo habitual, aparece. Suena el WhatsApp en mi móvil.

Carol: “Me paso a peinarte ¿no? Dime a qué hora”.

Iria: “Déjalo tía que estarás liada con los niños, ya me echo un poco de espuma y me apaño”

Carol: “Anda boba, para algo que puedo hacer por ti… les dejo la comida hecha a estos y ya está. En una hora estoy ahí”

Tras la cabalgata toca sesión de cañas antes de ir a cenar: todas nos sentamos juntas mientras los chicos se apartan para hablar de sus cosas. Nosotras estamos en pleno gabinete de crisis: hay que empezar a mirar pelucas ya, para estar preparada cuando llegue el momento. Yo me hago la remolona, en el fondo guardo la esperanza de que se haga el milagro y mi pelo resista. Pero las chicas insisten y me hacen abrir los ojos, siempre con mucho tacto eso sí, dejándome una vez más conmovida con lo pendiente que están de mí. Va ser verdad que me quieren mucho.

 Vane ha mirado por internet varios sitios y me está pasando los enlaces. Así que después de mirar varias opciones, hemos quedado para el sábado, ella, Carol y yo. Bueno, eso, hasta que un par de días después lo comento con Mamen y no duda en cambiar la excursión para la sierra que tenía planeada desde hace ni se sabe para acompañarnos.

Gema también se ha apuntado. Para ir de compras es la mejor, de lo que sea que se vaya a comprar.

-Pero, ¿con la peluca qué regaláis? – le suelta a la chica que me está probando una melena muy parecida a la mía. – Algún aceite para cuidarla por lo menos, que para eso es pelo natural, y con el dineral que valen, o eso o algún descuento, vamos es lo mínimo ¿no?

Cuando salimos de la tienda nos da la risa a todas: ha conseguido una rebaja del 15% y un corte y peinado gratis. Que máquina.

A la tercera damos con la peluca más natural y la que está mejor de precio.

-Iri, no mires más, esta tía – me anima Vane.

-¿Tú crees?, no sé, me veo rara –rebato no muy convencida.

“Es tu tono” me dice Carol,  “ se parece mucho a  tu rizo”, añade Mamen. Ante mi silencio y la cara de poco entusiasmo que debo tener, Gema remata con su desparpajo habitual  “que sí amore, esa, que además es de pelo  natural y la Carolita te lo peina cada vez tú quieras cari, le puedes hasta echar espuma”.

Al final decido hacerles caso: le pido una tarjeta a la dueña y le digo que me apunte el modelo y el precio por detrás a modo de presupuesto.

-No te la encargo aún porque voy a esperar a ver cuántas sesiones más aguanto – le digo como excusa. –Además, no vaya a ser que al final no la necesite, igual con un poco de suerte el oncólogo decide parar antes de que se me caiga del todo. Pero vamos, que si al final la necesito te llamo unos días antes para que me la tengas lista.

 Ella me dedica una sonrisa llena de compresión. Quizás porque se ha dado cuenta de cómo se me han ido los ojos hacia la mujer, totalmente calva, que en la silla de al lado se está probando varios modelos.

Misión cumplida. Las cinco salimos de la tienda contentas, seguras de que entre todas hemos dado en el clavo. Mientras subimos por la calle Arenal hacia Sol empezamos a comentar si los últimos objetos sexuales adquiridos por internet responden a las expectativas creadas. Justo cuando estamos debatiendo sobre la intensidad de los orgasmos que se pueden conseguir con dichos artilugios pasamos por un puesto de testigos de Jehová que, a juzgar por la mirada que nos dirigen, se han enterado todo lo que decíamos. 

En ese momento, a traición, la mente me recuerda que últimamente no paro de viajar. Hace unos días fue en una estación de tren, y anoche estábamos todas juntas en el aeropuerto; me levanté para ir al baño y cuando volví a la cafetería donde estaban todas ellas no podía entrar, la puerta no se abría. Desde fuera las veía hablando, riéndose, contentas como estamos siempre que nos juntamos, pero por más que aporreaba el cristal no me oían, me había vuelto invisible. Por megafonía anunciaban mi vuelo y las tuve que dejar allí mientras me dirigía, sola, a la puerta de embarque.

-Por cierto Iri –Carol me devuelve a la tierra. -Que me acabo de acordar: Antonio ya ha reservado la casa rural de Asturias para Mayo.

- Todavía no me lo creo, trece años después vamos a volver. ¿Te acuerdas? Dijimos que algún día molaría ir otra vez, pero ya cuando tuviéramos niños, como si quedara muy lejos.

Las dos nos miramos, cómplices, con entusiasmo y nostalgia a la vez, maravillándonos con la idea de que fuéramos a cumplir ese deseo después de tanto tiempo. Cuando llegamos al parking de Jacinto Benavente para coger el coche sonrío aliviada. Sé que lo que viene es duro, pero también que de momento, y por mucho que mi cerebro se empeñe en enseñarme lo contrario, por ahora no pienso embarcar sola a ningún sitio.

 


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