Máximo es el mayor de los tres hermanos, seguido por Carlos y Julio. Acaba de cumplir treinta años y ha decidido que llegó el momento de dejar la casa paterna para empezar una nueva vida junto a su pareja. Sabe que no va a ser nada agradable la situación que se va a generar en la casa cuando le de la noticia a su padre.
Siempre fue catalogado como la oveja negra de la casa. Su padre, el general retirado Roberto, nunca pudo digerir sus extraños comportamientos, en tercer año decidió abandonar la educación que recibía en el Liceo militar al que asistía, para terminar cursando el bachillerato en el colegio Nacional y luego comenzar a estudiar la licenciatura en bellas artes en la universidad nacional de Rosario. Actualmente se encuentra preparando las últimas materias para obtener el título.
El general daba gracias a Dios de que sus otros dos hijos hayan seguido por el camino correcto, Carlos acababa de graduarse como abogado, hacía cuatro años que estaba de novio con una chica de excelente familia y planeaban casarse ni bien ella culminase sus estudios universitarios. Julio, el menor de los hermanos, aún se encuentra como cadete en el liceo cursando el cuarto año de la secundaria.
Don Roberto no era de andar dejando cosas libradas al azar, todos sus comportamiento respondían a una lógica. Máximo, Carlos y Julio no eran nombres elegidos por una cuestión de gusto fonético ni de herencia de algún abuelo o cosas por el estilo. Máximo, proviene del latín y significa el mayor de todos, el supremo como Máximo el gran emperador Romano. Carlos, nombre de origen germánico que significa aquel que es fuerte y viril como Carlomagno o Carlos el grande y Julio, como el gran general romano Julio Cesar.
El general agradecía a Dios no haber tenido hijas mujeres, con esposa basta y sobra acostumbraba a decir en diversas circunstancias.
Con Máximo la situación en el hogar siempre fue tirante, su padre nunca pudo digerir el apego de su hijo a las expresiones artísticas y la apatía manifiesta que sentía éste por todo lo relacionado con el orden que el general intentaba por todos los medios inculcar en sus descendientes. Máximo siempre se dedicó a desordenar, veía en el desorden un orden por descifrar, dejaba volar su imaginación y desde muy joven plasmó en diversas actividades artísticas ese desorden que lo ayudaba a romper con la dureza instaurada en el hogar. Con el correr de los años una especie de resignación se adueñó del general y las cosas se hicieron un poco más llevaderas, pero nunca dejó de ser esa oveja negra impresentable ante sus camaradas, situación que a Máximo lo tenía sin cuidado.
De Mirta, la esposa del general y madre de sus tres hijos poco se puede decir, él la considera la mujer ideal y así lo hace saber socialmente (aunque en su estructura mental esas dos palabras no sean compatibles), cumple al pie de la letra las instrucciones que recibe de su esposo y según él comprende a la perfección la función para la cual Dios trajo a la mujer a la tierra.
Si bien, los otros dos hijos siguieron el camino que el general les fue trazando y hoy eran el orgullo de la familia, la niñez de los mismos no fue tan fácil, obviamente tampoco para Máximo. Los correctivos (en su gran mayoría caracterizados por el maltrato físico) fijan conceptos, entiende el general, por lo cual eran habituales las golpizas cuando alguno intentaba desviarse del camino indicado. Estaban prohibidas las rutas alternativas.
Un día Domingo fue el elegido por Máximo para dar la noticia, sabía que al mediodía estarían todos en la mesa para disfrutar el asado del general.
Se encontraban sentados a la mesa como siempre: el general en un extremo, su esposa a la derecha, Carlos a la izquierda seguido de Julio y Máximo como hijo mayor en el otro extremo. El almuerzo se desarrollaba con total normalidad hasta que en un momento de silencio absoluto Máximo expresó: - Me voy a ir a vivir solo, mejor dicho en pareja con Andrea, estuvimos averiguando costos y nos da para alquilar un pequeño departamento en el centro, las garantías propietarias que nos piden para el contrato las tenemos así que creo que ha llegado la hora de despegar- concluyó. Por algunos segundos (que no fueron pocos) nadie dijo nada, silencio tajante.
A medida que Máximo fue relatando la novedad, el general se fue transformando. Su rostro tomó un tono rojizo no atribuible a la ingesta de alcohol, (recién había tomado unos pocos sorbos de las varias botellas de tinto que acostumbraba a beber cada domingo), sus dientes inferiores comenzaron a morder el exuberante bigote entrecano que sobrepasaba su labio superior, su brazo derecho flexionado formando un ángulo recto descansaba sobre su prominente abdomen y su mano izquierda recorría toda su cara fregando ojos y apretando intermitentemente la nariz obstruyendo y liberando esporádicamente el paso del aire. Todos escuchaban atónitos la noticia pero nadie decía nada, obviamente por una cuestión lógica ninguno del resto de los integrantes de la mesa se iba a animar a verter opinión alguna hasta que el general no lo haya hecho
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