-Bien-, dijo el general, -de vos ya nada me asombra, que le vamos a hacer, seguí tu camino, pero no voy a dejar de dar mi opinión aunque la misma seguramente no te interese en lo más mínimo-, concluyó. -Por supuesto que me interesa papá-, respondió Máximo en forma inmediata. - De acuerdo- dijo el general y se explayó con un tono de voz amedrentador: -Como te acabo de decir de vos ya nada me asombra, mejor dicho nada nos asombra- dijo mirando al resto de la mesa que con un silencio absoluto escuchaba,
-viniste falladito de fábrica, se hizo lo que se pudo pero árbol que nace torcido jamás su tronco endereza, si te querés ir, andate, eso sí, el que se va no vuelve, seguramente alguna putita llenó tu cabeza con ideas retorcidas y como siempre vos decidís ir por el camino de tierra, sinuoso, oscuro y lleno de baches, tomaste esta decisión, pero un día te vas a estropear y ahí vas a entender lo que es la vida. Acá siempre se te brindaron los medios para que transites por caminos, seguros e iluminados, pero bueno que más se puede decir- concluyó el general.
Una vez que el general acabó con su exposición, Máximo se levantó de la mesa y dijo: -de acuerdo papá, solo que Andrea no es ninguna putita-. Luego se retiró del comedor sin llegar a escuchar la conversación que de inmediato se generó entre el resto de los comensales.
Ni bien Máximo hizo abandono de la mesa comenzó una especie de coloquio sobre la nueva aventura del mayor de los hermanos. La conversación tuvo distintas aristas y en un momento de la misma el general preguntó si alguien conocía a esta tal Andrea. Máximo no había hecho nunca referencia a su noviazgo o como se le quiera llamar por lo cual nadie sabía nada.
El general, al cabo de unos minutos, con la comida atragantada y con visibles rasgos de que ahora sí el alcohol empezaba a desfigurar un tanto su rostro, le pidió a su señora que interceda en la desagradable situación planteada para que por lo menos Máximo presente a su novia antes de iniciar el sacrílego concubinato. Mirta, como no podía ser de otra manera puso de inmediato manos a la obra.
Algunas semanas le fueron necesarias para que lograse el objetivo propuesto, Máximo no tenía ningún problema en asistir a una reunión dominical acompañado de Andrea, pero como su padre le retiró el saludo a partir del día en que dió la noticia y se retiró de la mesa, Mirta haciendo de mediadora tuvo que encargarse de acercar a las partes.
Fue un miércoles por la noche, estaban circunstancialmente los tres en la casa y Mirta dirigiéndose a ambos dijo: -por favor terminemos con esta situación, Roberto te pido por favor que hablen, Máximo, lo mismo, por favor lleguemos a buen puerto, son grandes por favor- dijo casi al borde del llanto. -Podrías presentarnos a Andrea por lo menos antes de que se vayan a vivir juntos, dijo el general sin mirarlo-. -Si papá, ningún problema- respondió Máximo,-pero que te quede claro que no te voy a traer a ninguna putita como dijiste hace un par de semanas- concluyó. -Te pido disculpas por el exabrupto y para el asado del próximo Domingo están invitados- dijo el general, y luego agregó, -me hubiera gustado que las cosas fueran de otra forma, pero ya está, ojala que con el tiempo sean iluminados y formen una familia como Dios manda- concluyó. -El domingo seremos seis a la mesa- dijo Máximo y se retiró a su cuarto.
Andrea y Máximo tomados de la mano están a punto de ingresar a la casa, desde la puerta se huele el inconfundible aroma a carne asada que seguramente el general se encontraba cocinando.
Desde que llegó de Italia para instalarse definitivamente por estas tierras, Andrea Robertino Pirlo se enamoró rápidamente no sólo de Máximo, sino también del mate amargo y del asado. Hijo único de una familia de campesinos del norte de la península itálica le contaba a menudo a Máximo que no había probado en su vida manjar más rico que el asado argentino.
El general adentro seguía apostado frente al parrillero preparando su especialidad.
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